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Anduve dando vueltas en la pieza tratando de armarme de la valentía que me permitiera terminar con este blog de mierda que realmente siento que no tiene sentido y me encontré con el sentido del sin sentido y el sin sentido del sentido y como no era una canción de Arjona, las cosas se complicaron.
Me serví una copa de vino como para que brinden 11 campeones del mundo o se celebren unas 3 cenas para terminar de planear la que será la última y sólo pude cambiar un cuadro que está justo en frente de mi computador.
Se fue una versión bastante libre de Alex de la naranja mecánica y apareció un cuadro compuesto por 4 fotos sacadas por Margarita Dittborn.
La primera es de un perro de espaldas durmiendo en un sillón.
La segunda, del perro de frente siendo acosado de cerca, mientras duerme, por un peluche.
La tercera es del peluche parado al lado del sillón mientras el perro se va.
La cuarta es del peluche durmiendo placidamente.
O sea, la representación más perfecta de la fantasía sacando del sillón a la realidad.
¿Hay algo más terrible que esa doble expulsión representada en un sillón?
¿Hay algo más terrible que ser echado de ese segundo lugar de descanso habiendo ya renunciado a la cama?
Empiezo a entender a todos mis amigos amantes de los comics y casi, a esos hombres que prefieren que si su mina los engaña sea por lo menos con un hombre.
Empiezo a dudar acerca de si no me gustó tanto Donnie Darko no porque fuera una mala película sino porque el puto conejo era más real que el personaje.
Empiezo a odiar pensar en empezar y no saber cómo hacerlo.
Empiezo a entender a los hamsters cuando se les va la vida girando en la rueda sin la posibilidad de irse a paro.
Los entiendo y los odio porque lo pasan bien en la rueda.
Los veo como si quisiera ahorrarles el sentirse Carla Ochoa en la Kamazú, no entendiendo que puedan pasarlo bien.
Empiezo a pensar que los nerds jamás se vengarán, justamente porque sólo se vengan en Hollywood. O sea, hacen de su venganza una película.
Intuyo que un par de personas leeran esto como un nuevo lamento y me encantaría creerle a mi intuición para que por lo menos ellos se sientan tranquilos.
Lamentablemente, si escribo esto es justamente porque mi intuición vale callampa.
Porque no existe fuera de lo que escribo y lo que escribo es lo que no hago. Porque no tiene una esencia mística más allá de mí.
Porque no entenderme no significa no tener razón.
Porque no tener razón no significa no entenderme.
Porque lo que me tiene aquí no puede ser ni mi canción de cuna, ni mi amante, ni mi puta, ni nada que me consuele para dormir.
Porque podrían consolarme los lugares comunes y los excesos de groupie pero me hacen reir.
Porque panico y locura en las vegas me hizo salir del cine no por una ideología opus dei sino porque más que ponerme serio me hizo reir no con ellos sino de ellos.
Porque sí.
Porque no.
Porque puedo elegir no quedarme con ninguno de los dos.
Me serví una copa de vino como para que brinden 11 campeones del mundo o se celebren unas 3 cenas para terminar de planear la que será la última y sólo pude cambiar un cuadro que está justo en frente de mi computador.
Se fue una versión bastante libre de Alex de la naranja mecánica y apareció un cuadro compuesto por 4 fotos sacadas por Margarita Dittborn.
La primera es de un perro de espaldas durmiendo en un sillón.
La segunda, del perro de frente siendo acosado de cerca, mientras duerme, por un peluche.
La tercera es del peluche parado al lado del sillón mientras el perro se va.
La cuarta es del peluche durmiendo placidamente.
O sea, la representación más perfecta de la fantasía sacando del sillón a la realidad.
¿Hay algo más terrible que esa doble expulsión representada en un sillón?
¿Hay algo más terrible que ser echado de ese segundo lugar de descanso habiendo ya renunciado a la cama?
Empiezo a entender a todos mis amigos amantes de los comics y casi, a esos hombres que prefieren que si su mina los engaña sea por lo menos con un hombre.
Empiezo a dudar acerca de si no me gustó tanto Donnie Darko no porque fuera una mala película sino porque el puto conejo era más real que el personaje.
Empiezo a odiar pensar en empezar y no saber cómo hacerlo.
Empiezo a entender a los hamsters cuando se les va la vida girando en la rueda sin la posibilidad de irse a paro.
Los entiendo y los odio porque lo pasan bien en la rueda.
Los veo como si quisiera ahorrarles el sentirse Carla Ochoa en la Kamazú, no entendiendo que puedan pasarlo bien.
Empiezo a pensar que los nerds jamás se vengarán, justamente porque sólo se vengan en Hollywood. O sea, hacen de su venganza una película.
Intuyo que un par de personas leeran esto como un nuevo lamento y me encantaría creerle a mi intuición para que por lo menos ellos se sientan tranquilos.
Lamentablemente, si escribo esto es justamente porque mi intuición vale callampa.
Porque no existe fuera de lo que escribo y lo que escribo es lo que no hago. Porque no tiene una esencia mística más allá de mí.
Porque no entenderme no significa no tener razón.
Porque no tener razón no significa no entenderme.
Porque lo que me tiene aquí no puede ser ni mi canción de cuna, ni mi amante, ni mi puta, ni nada que me consuele para dormir.
Porque podrían consolarme los lugares comunes y los excesos de groupie pero me hacen reir.
Porque panico y locura en las vegas me hizo salir del cine no por una ideología opus dei sino porque más que ponerme serio me hizo reir no con ellos sino de ellos.
Porque sí.
Porque no.
Porque puedo elegir no quedarme con ninguno de los dos.