Nick Cave
Conocí a Nick Cave
en la casa de un amigo de mi adolescencia que un día me prestó su cama de abajo
para dormir. No recuerdo de dónde veníamos, pero puso el Let love in (1994) tal vez pensando que sería un buen disco como
para quedarse dormido. La primera vez que escuché esas campanitas de “Do you
love me?” y esa frase repetida mil veces como si fuera un mantra, no pude conciliar el sueño, di mil vueltas a
la almohada y tuve que poner el disco mil veces más porque había algo en lo que
escuchaba que no me dejaba descansar. Había algo en Nick Cave que quería tratar
de descubrir, había algo en ese disco en el que, me parecía, no repetía las
cosas al azar.
Era imposible
dormir sin tratar de descifrar lo que esa conjunción de cosas quería decir.
La primera vez que
escuché a Nick Cave fue también el momento en que acepté que no entendía nada.
No conocía nada anterior. Ni el First
born is dead (1985) ni menos a su
banda The Birthday party. Llegué al Nick que tenía a los ángeles de Leonard
Cohen haciéndole los coros. Y otro día contaré la historia entera, pero hoy
estoy acá porque vengo de escuchar su último disco Skeleton tree y aunque ya tenía escrita una segunda columna sobre
American Music Club, me pareció necesario agarrar el lapiz Bic y rebobinar el cassette de todo.
El Skeleton tree es como cuando citan a
Auden en Cuatro bodas y un funeral
(1994), ves tu reloj y en serio la aguja del tiempo se ha detenido, aunque siga
girando.
Stop all the clocks, cut off
the telephone,
Prevent the dog from barking with a juicy bone,
Silence the pianos and with muffled drum
Bring out the coffin, let the mourners come.
Let aeroplanes circle moaning overhead
Scribbling on the sky the message He Is Dead,
Put crepe bows round the white necks of the public doves,
Let the traffic policemen wear black cotton gloves.
He was my North, my South, my East and West,
My working week and my Sunday rest,
My noon, my midnight, my talk, my song;
I thought that love would last for ever: I was wrong.
The stars are not wanted now: put out every one;
Pack up the moon and dismantle the sun;
Pour away the ocean and sweep up the wood.
For nothing now can ever come to any good.
Prevent the dog from barking with a juicy bone,
Silence the pianos and with muffled drum
Bring out the coffin, let the mourners come.
Let aeroplanes circle moaning overhead
Scribbling on the sky the message He Is Dead,
Put crepe bows round the white necks of the public doves,
Let the traffic policemen wear black cotton gloves.
He was my North, my South, my East and West,
My working week and my Sunday rest,
My noon, my midnight, my talk, my song;
I thought that love would last for ever: I was wrong.
The stars are not wanted now: put out every one;
Pack up the moon and dismantle the sun;
Pour away the ocean and sweep up the wood.
For nothing now can ever come to any good.
Se me hace
imposible no pensar en esos perros a los que Auden quería hacer callar cuando
escucho el skeleton.
Recuerdo a Freud
cuando se rompía la cabeza pensando en que a pesar de que existen los traumas
en la realidad, esa realidad es solo la realidad que nuestro psiquismo nos
permite articular. Y pienso en esto porque me parece necesario comprender la
idea de que Nick Cave siempre ha tratado con fantasmas, pero lo que hace que
este disco descienda realmente a los infiernos es esa muerte real que toca a la
puerta.
El Edipo te dice
que hay que matar al padre, pero nunca te enseña a que un hijo se muera antes
de poder matarte. Y es a Nick a quien
―más allá de que sé que asesina fantasmas desde el día que nació y que muchos
interpreten el Skeleton en clave
Pedro Engel cuando supieron que gran parte de las canciones fueron escritas
antes de la muerte de su hijo― vengo acá hoy a dedicarle esta columna.
“I've searched the holy books
Tried to unravel the mystery of Jesus Christ,
the saviour
I've read the poets and the analysts
Searched through the books on human behaviour
I travelled the whole world around
For an answer that refused to be found
I don't know why and I don't know how”.
Eso ya cantaba Nick mucho antes de que se le
muriera su hijo, así que buscar premoniciones en el Skeleton tree es para esa clase de giles
que te tira un “te lo dije” en medio del polvo de Siria, que vuela después de
las metáforas pelotudas de la guerra.
Ayer fui a ver el
documental de Nick sobre la grabación del skeleton y hoy estoy borrando casi
todo lo que llevaba escrito acerca del skeleton tree.
¿por qué borro?
¿por qué llevo 2 meses sin haber podido terminar de escribir de este disco?
¿por qué me fascina hoy dejar de lado ese narcicismo de que no lean tal vez
algunas frases que me parecían buenas?
Bueno. Creo que
ayer comprendí muchas cosas viendo el documental. Diré 3 porque aún sigo mal
con verlo ayer.
La primera es que
mis palabras al lado de esos silencios de Nick Cave valen nada.
La segunda es que
sin Warren Ellis a su lado esta historia hubiera sido muy distinta.
Nick en un momento
del documental dice: ¿qué sería yo sin Warren?
Cuando a Warren lo
quieren entrevistar acerca de Nick, dice de manera respetuosa: No me rompan las
pelotas. No me pregunten lo que no sé ni lo que no quiero responder. No tengo
respuestas pero tengo mi hombro para que Nick se apoye.
Hay un momento del
documental en donde por primera vez vemos a Warren moviendo el korg sobre sus
piernas y lo mira a Nick como diciéndole: Algún día vas a volver a bailar
amigo. El resto del tiempo, Ellis es ese que cuando a Nick le faltan las
palabras le pone partitura a sus silencios.
La tercera es que
el skeleton tree es una ópera a cuando las palabras fallan. A cuando se
enfrentan con eso real ominoso e inexplicable. Al hombre de arena releído por
Freud, al Evangelio de San Mateo de Borges, a los perros de paja de Peckinpah.
Hay un momento
gigantesco en el documental cuando Nick dice que las palabras ya no le sirven
pero que sin ellas no tendríamos forma ni de articular la memoria. ¿qué hago yo
en una entrevista cómo esta? Dice en otro momento. Pareciera querer decir que
ya no cree en las palabras en las que creía antes. Ya no las maneja. Es como si
estuviera haciendo asociación libre con todas sus certezas.
No hay tiempo aún
para escribir de esta tragedia o, por lo menos, analizarla. Pero sí hay para
decir que para mí el Skeleton son
todas esas dimensiones del dolor que Nick siempre fantaseó por nosotros.
Esa idea de que la
religión siempre fue un espejo que querías que te mirara un poco menos. Ese
temor a que la ficción terminara tragándote porque era algo demasiado real.
Nadie quiere que
los fantasmas se hagan reales, pero justamente el tema acá es que el Skeleton no es premonición de nada. El Skeleton son los huesos de ese ser
llamado Nick Cave, que da la vida por hacer canciones que dan la vida. La
diferencia esta vez es que se coló en mala la realidad en el mapa de Fausto.
El Skeleton es esa fiebre que Nick siempre
le cuidó a la muerte temida, cada puto chupete que le puso a su hijo antes de
morir, cada canción que le dedicó al Dios en el que no confió nunca y que fue
letra escrita en piedra sobre ese acantilado.
Skeleton fue escrito antes de la
muerte de su hijo quizás porque en Nick Cave la muerte siempre estuvo rondando
todo, y la única diferencia es que esta vez los fantasmas se vuelven realidad.
Por eso es tan triste y tan real escribir del Skeleton, justamente porque a ese dueño del oráculo se le mató toda
esa realidad que siempre quiso contarnos. Esa que para él siempre fue construida
con pedazos de fantasmas y con traumas, tratando de sostener el timón de la
nave de los locos para que no se fuera a pique.
En el Skeleton no se pronuncia ni una sola vez
el nombre de su hijo Arthur, pero la ausencia de su nombre es la que justamente
lo hace más presente. En (“Jesus Alone”) dice: “Caíste desde el cielo / Te
estrellaste en un campo / Al lado del río Adur / […] Con mi voz te estoy
llamando”. En “Distant sky” ya no está PJ para responderle a lo Pimpinela, pero
sí está la soprano danesa Else Torp. Nick canta: “Nos dijeron que nuestros
dioses nos sobrevivirían / Nos dijeron que nuestros sueños nos sobrevivirían /
Pero nos mintieron”, a lo que ella responde: “Vamos ya mi único compañero /
Preparémonos para los cielos distantes / Pronto los niños habrán crecido / Esto
no es para nuestros ojos”.
Para los que hemos
amado a Nick siempre; Nick nos ha regalado más de las siete vidas de un gato:
mil veces. Y Nick es tan grande que en vez de esconderse en la cueva de su
apellido, toma el lápiz y vuelve a ser ese valiente que siempre ha sido.
¿dónde está mi
lápiz? Pregunta en el documental de la grabación del skeleton. Busca en el
bolsillo donde siempre estaban sus certezas y esa ausencia es también la de su
hijo muerto. Esa frase perdida o borrada. Esa sangre de su sangre de la que
siempre habló.
Tal vez lo más
grande del skeleton sea que esa búsqueda sin certezas que Nick tuvo siempre y
donde las metáforas mueren como esqueletos de Brueguel, lo siguen teniendo al
pie del cañon disparando balas de esas que traspasan Kevlars.
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