Sunday, March 19, 2006

Sólo para pacientes o impacientes con mucho tiempo que perder. Parte 2

Recuerdo las naves espaciales más grandes que lo que yo era en esa época y extraño a ese astronauta que apretando un botón podía escapar de lo que intuía sería un peligro. Recuerdo que yo era el que podía apretar el botón. Recuerdo el control sobre lo que podría pasar y como todo recuerdo hace que el presente sea demasiado real para saber que los juegos de ahora se han hecho demasiado aburridos y demasiado reales, ya que creo que como niño realmente creía en el futuro, ahora es él el que no cree en mí.
Ya era escéptico para creerme astronauta o bombero pero creo que nunca me imaginé por lo menos estancado. Había demasiadas ruedas, cables, caras, trajes y posibilidades de ser otro como para creer que terminaría siendo yo mismo. Así crecí sin saber que crecía en un barrio que ahora extraño, casi tanto, como lo que está destinado a ser un recuerdo de lo ya sucedido y está teñido de la historia, que hace posible, un presente que trato de olvidar pensando en el pasado. Un barrio donde era posible cortar la calle porque aunque eramos demasiado chicos eramos demasiados.
Aún no consigo entender como 20 partículas de hombres lográbamos mover un árbol que impidiera el paso de los autos y cómo una calle podía convertirse en una cancha de fútbol que sólo fuera nuestra, ya que ahora el gremio de automovilistas se indignaría por sentirse pasado a llevar en sus derechos.
La verdad es que sus derechos eran una nimiedad frente al hecho de que la pelota rodara más de veinte minutos y de que ninguna de la mayor parte de nuestras familias tenía el dinero suficiente para cambiar la calle por una playa o las mangueras por una piscina olímpica. Incluso, creo que una piscina olímpica nos habría quedado grande o no habría sido nuestra. Esa sensación de que podíamos construir las cosas se veía reafirmada por la destrucción que empezaba a haber a nuestro alrededor, ya que era la primera vez que empezabamos a entender lo que eran las remodelaciones a partir de la modernización del hospital vecinal situado a media cuadra.
Recuerdo que en ese momento el lugar destinado a curar sólo nos servía en caso de guerra con el barrio vecino por los deshechos que dejaba en su paso el progreso, en forma de toda clase de piedras con objetivos distintos.
Habíamos empezado sin darnos cuenta a medir los códigos de la guerra en torno a las estrategias. Si ellos estaban lejos había que elegir piedras livianas pero que tuvieran el peso suficiente para llegar al otro bando teniendo el cuidado suficiente para que no pasaran de largo y agregaramos más enemigos a la lista. Si estaban cerca lo mejor era usar más peso para que los soldados de plomo cayeran más rápido. Estabamos aprendiendo a situar al enemigo en nuestros propios códigos y a darnos cuenta tal vez por primera vez que lo que para nosotros eran desperdicios para ellos eran sus casas. Nosotros estabamos del lado de un proyecto donde destruir tenía el fin de construir algo mejor, por lo que lo peor siempre nos entregaba los desperdicios sacrificados en pos de lo que supuestamente significaba una mejor salud para todos y teníamos más cascotes que dirigir a las cabezas de los subdesarrollados que nos devolvían partes de lo que aún era de ellos o de lo que no era un proyecto sino lo que se caía de lo que había sido un proyecto. Aún no entiendo si era por mala puntería, por buena fé o por materiales deficientes pero creo que hubo sólo un caso que tuvo que llegar al hospital, algo irónico en todo caso, ya que primero el hospital estaba de nuestro lado y segundo que la razón que llevó a ese enemigo ahí fue fruto de esos ladrillos que habían sido exiliados porque había llegado alguien más fuerte y barato.
Por lo que podríamos pensar que era una especie de protesta en contra de una cierta modernidad que se volvía contra sí misma o que el fruto de ese ladrillo volvía como caballo de troya a su verdadero hogar. Era una batalla entre el ladrillo y el aluminio y nosotros estabamos del lado del ladrillo, tal vez porque habíamos crecido con él y el aluminio se convertía en la imagen de nuestro enemigo. Recién ahora puedo darme cuenta que la calle no era para los autos sino para nosotros y que los autos no nos importaban todavía ya que eran casi tan extraños como los adultos, el alcohol o las mujeres. Aunque nos considerarán infantiles, ni los adultos, ni el alcohol ni las mujeres entraban en una cancha de fútbol, aunque no fuera una cancha sino una calle. Alrededor de los 11 años, la calle y las paredes empezaron a cederle un lugar a lo que empezó llamándose patineta y terminó llamándose skate. Cuando hicimos la primera rampa robándonos algunas maderas destinadas para la cancha de basketball del club del barrio, comenzaron a llegar de los sindicatos de 11 a 14 años de los alrededores y ahí sí que nos empezamos a creer invencibles, incluso un día, desperdiciamos varias maderas destinadas a la remodelación de la primera rampa que ya no daba abasto, para tirárselas a un carabinero que creía que en ese horario, entre las 5 y las 7, podían pasar autos. La verdad es que podíamos ya conocer muchas restricciones o leyes pero esa sí que no la conocíamos. Creo que esa fue nuestra primera relación con la transgresión y como creíamos defender lo que era nuestro, las próximas no tardaron en llegar. Los que podríamos llamar los primeros organizadores de ese país en forma de calle eramos 6 amigos que ibamos al mismo colegio y que aparte de los ladrillos a los del barrio contrario y los maderazos al carabinero que no entendía nada de fútbol, no habíamos estado cerca del límite de lo que pudiéramos considerar una ley hasta el día que alguien venido de otro colegio llamado Pablo Kohan sugirió que en vez de entrar al colegio fueramos al centro a tomar café y medialunas a un lugar llamado rigals y luego a un nuevo sacoa que tenía juegos electrónicos no existentes donde vivíamos nosotros a 50 minutos de la capital. Para mí, esa proposición era como si me pidieran matar a alguien antes de haber tenido edad suficiente para poder entrar al cine a ver el padrino, ya que las veces que había podido entrar sin que pudieran verme los que cortaban los boletos, había entrado a ver a Cellentano. En honor a la verdad, no era cellentano lo importante sino enfrentarse a unas verdaderas tetas italianas.
No recuerdo haber visto otras películas, por lo que al carecer de un modelo, mi miedo no era de los que te impulsaba sino de los que te paralizaban. No recuerdo bien como fue que sucedió ni quién fue el que organizó todo, pero en uno de esos días en que los padres se turnan para llevar a los hijos del otro, sucedió que fue otro padre el que me llevó junto a ese todavía extranjero llamado Kohan. Autor intelectual de ese plan que casi sale perfecto.
Tal vez nos faltaron películas para haberlo ajustado un poco mejor. Ahora si me incluyo porque creo que ese fue mi primer momento donde se mezcló la ansiedad, el miedo y eso que me cuesta tanto que tiene que ver con la practicidad. Debo decir a pesar mio que fue de esos momentos de lucidez incorrectos en un sentido moral pero correctos en un sentido contextual. Recuerdo ir en un auto con otro padre de apellido Kohan que debía cumplir la primera meta diaria consistente en dejar a su hijo y al amigo de su hijo(YO) en la esquina del colegio a una hora determinada, que en este caso eran las 8 de la mañana. Esquina que por suerte es esquina de algo o lo que queda afuera, ya que en ese momento comencé a darme cuenta que no sólo estaba ante un extranjero sino ante lo que ahora podríamos llamar gestor o gerente. No necesité más de dos señas al bajar del auto para darme cuenta que estaba ante un futuro hijo de puta o ante alguien que podría enseñarme mucho. El ruido de la puerta se mezcló con la gente llegando a pie, con las micros parando en la esquina, con los besos de los padres a sus hijos como si los estuvieran dejando en un campo de concentración, mientras eran recibidos en la puerta de ese futuro con nombre de enseñanza. Pablo se adelantó a todos y le dio a los cuatro restantes un destino preciso lejano de ese destino cotidiano que de a poco había empezado a volverse aburrido. La esquina de la reunión era terrorífica no por el cruce de las calles que siempre la había constituído por lo que era, sino porque había que esperar media hora aguantando esa reunión de seis mientras pasaban las profesoras que vivían en el mismo barrio que nosotros. Nuestros padres ya sabían hace rato que toda reunión que superara el número tres podría tener un destino cien mil veces peor que una expulsión pero para nosotros en nuestra ignorancia un profesor era sinónimo, aún sin saberlo, de un torturador. Nos juntamos en una esquina que por lo menos conocíamos más que la palma de nuestra mano gastada después de cellentano, pero debimos esperar que pasaran tres profesoras que sabíamos que solían llegar tarde y retarte cuando tú lo hacías. Cuando ya no quedaba nadie y sólo nos movíamos nosotros pasamos por ese momento de desesperación en donde el tiempo nos había superado pero donde los retrocedores del tiempo sacaban sus palabras: Qué hora es preguntaba walter, con la ilusión de que todavía podíamos pasar por esa puerta marcada con el número y el timbre de las 8 de la mañana. Qué mierda te importa preguntaba Pablo. No sé, tal vez todavía podamos volver decía Leandro. Nunca hemos ido al centro solos, decía yo aunque preferiría no recordarlo. Dejénse de joder, ya estamos acá dijo Pablo mezclando la autoridad con la practicidad. Todos nos mirábamos sin responder, no porque no tuvieramos respuesta, sino porque espérabamos que mientras transcurriera la discución se conjugara el color negro y rojo de la micro cien y la posibilidad de que no nos viera nadie, ya que a esa hora y en ese año, cinco alumnos en una esquina podían ser sinónimo de complot. Tres de los cinco salíamos por primera vez de nuestro barrio y nos dirigiamos sin una autorización más que la de nosotros mismos, a esa ilusión adulta llamada centro, demostrando que lo extranjero no pasa por las fronteras de los mapas sino por lo difícil de la delimitación propia.No era un bus al centro sino un bus a la muerte, un bus a lo desconocido, un bus a lo que después sería tan cotidiano como un nombre o una caricia, pero para nosotros en ese momento era una dirección que si bien tenía algún tipo de coordenadas nos enfrentaba a un momento de sorpresa suspendido en la icertidumbre entre un castigo y una búsqueda. Entre el pagar un café y una medialuna como adultos y volver a la casa de nuestra infancia como cachorros, temiendo ser reemplazados por una mejor raza que crezca más rápido, que cuide mejor la casa o que ladre más fuerte. La verdad es que más que cosas terribles, la alegría de pagar la cuenta con la plata que le robamos a la abuela de Nicolás, destinada a minipetacas de vodka a esconder detrás de los cuadros, nos entregó la suficiente recarga de moral como para no preocuparnos por las diez fichas que nos jugamos cada uno en el wonder boy y el space invaders. Plata gastada entre esos adultos o adolescentes que podían gastar la plata en lo que se les antojará, sin tener que volver a la casa con el terror a ser descubiertos. Ahora creo que lo que se oculta depende de la edad con respecto a su contenido y no a su forma, ya que como yo escondía una ficha de sacoa otros esconden mujeres, madres, esposas y amantes. Cambia la tecnología pero no el juego. Ya no juego en sacoa porque me han aburrido los juegos o porque en momentos yo he logrado convertirme en sacoa y ya no queda nadie con quien jugar. Walter ahora es gerente de un banco y la próxima vez que lo vea le preguntaré a qué juega o si se acuerda de que cuando ya aprendíamos las reglas del juego nos aburríamos. Ese día que nos escapamos a jugar vivimos un tiempo paralelo a lo que debía ser nuestro aprendizaje, no el que estábamos teniendo sino el que deberíamos haber estado teniendo si nos importará el futuro. Fuera o no el nuestro, que de hecho estaba siendo. Salimos con la sensación de haber estado hibernando y tuvieramos que volver a preocuparnos de comer o tener que ver las caras de nuestros padres y medir en sus gestos conocidos el desciframiento de lo que pudiera reflejar que la pregunta sobre cómo nos fue en el colegio no es sino lo contrario a una pregunta.
Es la búsqueda de una certeza o esa trampa que sólo los padres logran que sea favorable, consistente en preguntar algo que te enfrente con tu culpa, ya que intuímos que ya saben algo que no son capaces de decirnos porque quieren probar nuestra honestidad. Sin saber que a veces lo honesto tiene que ver con lo que no somos capaces de decirles. En este caso la respuesta de mi padre no pudo ser peor porque en vez de dejarme como víctima o victimario me dejó como idiota. Sus palabras fueron las siguientes: Si te vas a escapar del colegio, por lo menos que no te agarren¡ Sé que son las palabras de un padre intentando sintonizar con lo placentero de no hacer lo que se debe pero también podría ser una invitación notable a ser un perfecto hijo de puta, ya que mientras no te agarren puedes hacer lo que quieras. En realidad me estoy adelantando porque la vuelta fue lo contrario de la ida, aunque no me refiero al sentido más obvio. Sería como decir que el blanco es lo contrario al negro pero aquí los contrarios toman la dimensión de la culpa que logra cambiar los parámetros de lo que significan los extremos y la identidad lograda al estar uno frente al otro. Lo que en la ida fue sorpresa aquí fue un destino grabado en cada uno de nuestros poros. Lo que era peligro se convirtió en terror. Lo que era adultez fue la vuelta a casa. Lo que era impredecible se transformó en un diccionario de todo lo que habíamos hecho mal, escrito por otro. Los primeros veinte minutos de viaje repitieron incansablemente mediante el silencio, las culpas que le esperaban a cada uno más allá de que alguien pudiera ejercerlas. Si no se daba cuenta nadie de lo bien que lo habíamos pasado, cada uno de nosotros se encargaría de cobrarse la cuenta. Por lo que veníamos haciendo números sin tratar de desconcentrarnos con comentarios que trataran de describir lo que posibilitó que estuviéramos volviendo.
Me parece que el sólo hecho de volver de algún lado ya era suficiente para cada uno de nosotros pero ahora estabamos concentrados en lo que cada uno recibiría de acuerdo a su fantasía. Todo lo que se había unido volvía a separarse en la imagen que cada uno tenía de la puerta de su casa, de lo que hace existir un escapar, siempre y cuando exista el hilo que permita volver. Ese límite que hace posible la transgresión, ya que si no hay vuelta o límite no hay nada que se transgreda.
Es desde aquí donde es posible pensar en el retorno al hogar, esa mínima esperanza que tenemos algunos para hacer posibles esos primeros planes, ya que si no hay nada que perder estamos hablando de otra cosa, y yo siempre he tenido algo que perder. Comencé perdiendo juguetes, partidos de fútbol, programas de televisión y monedas pero creo que las primeras pérdidas son esas donde es imposible enmarcarlas en algo tan fortuito como el destino. Momentos en donde esos amigos de mis padres a los que había empezado a querer no tanto por lo que decían, que no entendía, sino por lo familiar que se me hacía el tono de sus voces cuando me quedaba dormido en medio de sus reuniones, que en algún momento tuvieron que dejar de nombrarse. Recuerdo que tuve que empezar a preguntar por qué Miguel ya no venía o por qué Eduardo estaba escondido si ya estaba bastante grande como para jugar a las escondidas.
Es así como los enemigos comenzaron a cobrar una dimensión que no conocía y que había dejado de ser un juego o una película. Los malos habían dejado de ser entrañables o confusos y el color verde había dejado de ser un color para convertirse en una señal.
Es así como más tarde pude entender que los anteojos negros eran la desaparición misma en una máscara que había dejado de mirar y por lo tanto de poder mirarse. Por lo que Los Twist no andaban tan lejos cuando pensaron que se trataba de cieguitos, aunque el diminutivo nos aleje de la realidad. Fue una época de descubrimientos.
Una vez estábamos con mi primo intruseando el closet de mi tía buscando películas porno cuando nos encontramos un verdadero arsenal, que nos permitió empezar a pensar en nuestra infancia y en como la estábamos dejando atrás, teniendo que empezar a tomar partido mientras nuestras preguntas se hacían cada vez más frecuentes. Habían empezado a cambiar dejando atrás el de dónde venimos a si podíamos ir a algún lado o a pensar en lo difícil del camino. Historias pasadas y futuras de cada uno. Distintas miradas en las cuales nos pudieramos mirar después. Walter, ya lo dije, trabaja ahora en un banco y mantiene no sólo la estabilidad de un país sino también de los tres hijos que la hacen posible. Leandro es entrenador de Hockey en Tailandia o algún país parecido. Pablo es Psicoanalista. Matías era ya el nerd que se convertiría en Bill Gates y desde el lugar del éxito podría reírse de todos lo que le jodieron la vida, como sólo puede joderla un adolescente. Eduardo estudió cuatro carreras sin terminar ninguna y ahora ejecuta lo que te enseñan a ejecutar en una de tantas ejecuciones, la de él es ingeniería en ejecución. La próxima vez que lo vea le preguntaré qué es lo que ejecuta. Yo, no sabía que estudiar y entré a publicidad, luego estudié psicología y ahora tal vez estudié un doctorado en bloggerlogía que me enseñe por lomenos a resumir.
To be continued.

Thursday, March 16, 2006

Sólo para pacientes o impacientes con mucho tiempo que perder. parte 1

Cómo es posible llegar a eso que está más allá de uno, al castigo que no logra castigar al castigo, a lo que logra ser la caricatura de mí mismo, o peor aún a desconocerme y lograr que lo único que me haga sentir algo es el sufrimiento donde aunque todo se vuelva contra mí, existe un mí que sólo existe en la imagen inversa de lo que debiera ser.
La risa de lo que no logra incluso reírse de nada.
No hay respuestas y sólo busco reafirmar mi desastre aún no conociendo la razón de lo que sin embargo se opone.
Me encantaría vivir sólo de perfil sin importarme el lado del cual me vean o me vea. Me encantaría ser un conejo de feria o un objeto de elección. Elijan el lado ya que jekyl no conoce a Hyde porque uno hace posible al otro y están enamorados riéndose de las medias naranjas. Me cargan los espejos porque me hacen pensar en cómo es que me ven aunque yo no llegue a verme. Me fascinaría no dudar sólo porque dudo y la fantasía se convierte en mi propia imposibilidad. Ojalá pudiera creer que la muerte es una posibilidad pero lamentablemente hay algo en mí que se esparce en esa cama de agua que es la duda y muestra el orgasmo como lo que pudiera ser una mentira a ser descifrada. Una mentira que no logra convertirse en una verdad de la mentira que pueda dejarme tranquilo. Hay algo en mí que no logra ficcionar lo que podría convertirse en un cuento o una sublimación porque no logra representar nada ni cambiar una cosa por otra. Incluso este intento de hacerlo a través de las palabras me hunde cada vez más en lo que no puedo decir y han dicho otros hasta el hartazgo. He logrado hundirme sin embargo en las caras mentirosas que se reflejan a ellas mismas mientras yo me engaño creyendo que algo se dirige hacia mí. Busco atajos que lo único que hacen es mostrarme cuál es la razón de buscarlos transformándose en su contrario.
He probado las drogas y ellas han terminado probándome a mí.
Intento desenvolverme en un mundo en el que encajo a veces demasiado bien aunque hago todo lo posible porque termine destrozándome. Este tal vez sea el último intento por encontrar un mínimo sentido o coherencia a tantas palabras gastadas a las que intento darles un poco de brillo que logren reflejar algo de la dificultad de vivir. Sé que hay cosas que pueden sonar cursis pero he dejado de buscar el camino correcto porque ya no sé cuál es. Incluso no tengo clara la razón de lo que escribo porque ustedes han dejado de importarme. Si escribo es porque lo que pensé que iban a ser 70 u 80 años tienen el respeto por lo menos de lo que alguna vez fue cierto, por lo menos el calendario dice que hasta ahora llevo 31 años. Esta historia es la historia de lo que podría haber sido yo en otras circunstancias. Esta historia es la que no pudo contarse de otra forma. Una ficción que se ríe de la ficción. Un recuerdo que es sólo un reordenamiento del presente. Un suicidio de las palabras que debieran haberse guardado en un cajón. Una llave perdida y encontrada. Una caja de música oxidada que perdió el que olvidó los pasos y baila porque se lo ordenan o sólo porque puede hacerlo y no existe teleton con su nombre. Esta historia comienza por unas fotos que no debieran haber existido y logran retratar un nacimiento del cual no formé parte porque lo que veo ahora es un extraño germen de lo que me llevó a contar esto tal vez porque no habrá hijos a los cuales contar nada.
Qué mierda hay en esa imagen de lo que soy, que hay en mis palabras que reflejen esa cara perpleja que intuyó un futuro distinto. Qué hay de lo que supuestamente soy y logra nombrarse posteriormente en un carnet que sólo me muestra en relación a una serie. Que me dice que hay otros iguales que yo sólo por nacer en el más acá de una línea divisoria. Puedo darme cuenta que debiera haber sido feliz por nacer de unos padres que tenían la llave de una infancia al estilo walt disney metamorfoseada en las llaves de una juguetería.

Si las páginas en blanco pudieran patentarse sería millonario

Si las páginas en blanco pudieran patentarse sería millonario.

Lo que tal vez escribiría si mi novia me pateara

El día que el amor dejó de gozar de buena salud y se volvió anoréxico no puedo fecharlo exactamente.
No sé si fue cuando dejamos de mirarnos de frente y empezamos a inventar horizontes detrás de los ojos de cada uno o cuando los detalles del resto dejaron de ser detalles para ocupar todo el plano.
¿Fue cuando dejamos de reírnos y empezamos a hablar de la risa?
¿Fue cuando ella dijo que ya no encontraba divertido ver tres veces la misma película, ir a comprar cinco discos con sólo plata para uno o discutir de política en casa de sus padres?
¿Fue cuando el extremo de las cosas se perdió y ya todo era un límite?
Ese no lugar en el cual uno a veces se sitúa y deja de ser visible porque estamos parados en él, pegajozamente como esos chicles sin nombre ni intención que existen sólo en en el acto de ser parte de la suela del zapato. Como esos momentos en que decimos puede ser cuando queríamos decir que no. Como la cama haciendo de metáfora del único lugar en el que nos entendíamos.
Como la marca del límite en que ya no nos entendíamos ni en la cama o sólo existiamos en una invasión de listas de porques de la cual era imposible volver atrás sin desintegrarnos al mismo tiempo. Tal vez porque en eso nos habíamos convertido adquiriendo el peor sentido de la dependencia. Ese donde lo único que se nos hace claro es que el otro nos odia pero la única forma de existir que tenemos es ese odio del otro como manera de situarnos por lo menos en algún lugar certero.
No lo sé y no creo que esta vez pueda evadirme de la injusticia de contestar algo sin culpar o sin culparme, ya que también los ases en la manga se desgastan de tanto usarlos o porque no somos tan buenos jugadores para saber con quién usarlos.
Los primeros tres meses los gasté en buscar nuevas cartas y los tres siguientes en búsqueda de enemigos y he llegado hasta ahora a darme cuenta que mi fracaso es que no he logrado encontrar alguien con más virtudes que yo para fantasear un enemigo.
Esa atrofia emocional de la que tanto se acusa a los hombres, que no son ni artistas ni peluqueros, me invade como una víctima de mí mismo. Sé que da risa, pero también sé que esa risa es lo que siento y escribo. Risa de mí mismo que se viste de terror en una seriedad que no logra reírse.
Debería tratar de escuchar algo que no fueran mis propias respuestas alargadas, manoseadas y racionalizadas, que al final sólo reafirman mi desesperación por encontrar una respuesta más allá de mí.
Por lo tanto, no me vengan a joder con los sentimientos cuando justamente son ellos los que no saben bautizarse y me invaden sin nombre ni agua para desperdiciar en un acto que no sea el de tomársela.
No soy quien pudiera ser porque busco un nombre más allá de las etiquetas que pudieran darme, por lo que nada se arregla con lavar los platos buscando torpemente una mentira con nombre de complicidad al estilo de un mel gibson que cree que por depilarse va a entender lo que sienten las mujeres.
Estilo a su vez de los trabajos de invierno como si el año tuviera una sola estación o que el invierno fuera menos invierno porque llovió menos o hizo menos frío.
Para algunas cosas no se inventará nunca un impermeable que nos tape del todo ni que logre desintegrar ese gesto mesiánico de los que se creen buenos por hacer un tour de la pobreza sintiéndose la encarnación de ese carpintero despojado, mientras ilusionan un homecenter a la más mínima duda. Homecenter del que incluso podrían ser sus dueños, ya que las acciones ya no son acciones sino papeles. Los mismos papeles en los que trato de decir algo en contra de ellos tratando de sentir que no hablan por mí.
Papeles como novias convertidas en enemigas por el trancurso de ese infiel que se esconde, llamándose tiempo.

Lacan is playing at my house

Canción, es-cansión, como algo que ya existe porque no sabemos decirlo o pensarlo y lo cantamos, eligiendo unas palabras entre millones. Palabras que la mano que las escribe ilusiona ser su dueño por un instante y no el producto de su corte.

Thursday, March 09, 2006

la perra muerte

Hace casi un año, sumé a mi lista de idioteces una que casi mata a alguien. Antes de que crean que están leyendo un cuento de Agatha Christie les digo que se trata de mi perra, no en sentido metafórico hiphopero sino que hablo de una perra de verdad que conocí un día mientras salía a trabajar y se escondía en el medidor del agua.
Se escondía sin saber de qué, porque no existe otro lugar al cual referir su acción. No puede quejarse, no puede convertir lo que la llevó ahí en un proyecto de venganza. No puede mezclar ese medidor con un futuro, por lo que tal vez ese vivir en un presente eterno sea lo que le da la certeza de conocer realmente el miedo, o vivir en él porque no hay cómo nombrarlo.
Es como esas películas que veía en la adolescencia del tipo "su nombre es violencia", "su nombre es muerte", como si el actor no representara algo sino que lo es. Como si ser un símbolo de otra cosa fuera una violencia o muerte de segundo grado.
Obviamente la perra era una quiltra ya que no se suelen abandonar perras con nombre, como si un poodle al mirarse al espejo pudiera darse cuenta que se ve horrible vestido de humano.
Voy a saltarme la historia de mi enamoramiento, de la adopción y de las peleas con mi novia acerca de que me preocupo más de los animales que de los humanos hasta llegar a que limpié mal un veneno y se intoxicó mientras yo la veia convulsionar sin poder hacer nada más que mirarla sufrir y confiar en la medicina.
Ese no poder hacer nada, ese sentirse ajeno al control sobre las cosas se asemeja a esas canciones en donde ya no hay nada que decirle a nadie cara a cara y sólo es posible hablarle a los fantasmas de lo que ya no existe, escuchando historias ajenas poniéndoles el nombre de las conocidas.
Se le habla a alguien muchas veces porque ese alguien ya no está ahí físicamente o porque aún estando ahí lo desconocemos o nos desconocemos. Porque lo que eramos con esa presencia comienza a tambalear. Porque ese otro ya no está ahí para contestarnos. Se le habla a la página, se le habla a un cuaderno cuadriculado, se escriben las cartas de lo que no teniendo necesariamente un destinatario ya han llegado a destino.
Da lo mismo la respuesta porque ya la hemos imaginado y sea cual sea no nos salva de nuestro reflejo en ella.
Instante donde nos caemos de la cuna y no hay nada que los amores puedan hacer para salvarnos. Nos acercamos así a esas preguntas gigantes que casi nunca queremos hacer, preguntas que más que podamos usarlas nos usan a nosotros, haciendo de nosotros una pregunta. ¿Qué tan fácil es hablar de la muerte? ¿Qué tan fácil es hablar del amor? ¿Qué tan fácil es escribir de algo sin ser habitados y sentirnos dobles?
Todas estas preguntas surgieron en ese límite donde lo que siempre creímos que podíamos solucionar construía un mundo donde sólo eramos espectadores de lo que seguirá sin nosotros, donde nada puede hacerse que cambie los acontecimientos. Ni realidad virtual, ni comando de telespectador para votar, ni nada que nos haga ilusionar una participación en el veneno corriendo por la sangre, donde el suero es más fuerte que cualquier plegaria, ya que si eso externo no funciona, algo deja de funcionar en nosotros y se vuelve interno vestido como imposibilidad.
Aparece un vacío que se transforma en la pregunta por nuestros propios límites o por eso que muestra nuestras fantasías como lo que realmente son, justamente lo que no somos, o lo que quisieramos ser que es lo mismo.
Yo no creo en Dios pero sí creo en la religión de las canciones como intento de decir lo que justamente es un intento de bordear ese vacío, esa imposibilidad que en general dejo en manos de mis cantantes favoritos y que esta vez se vistieron de veterinario llenando un vacío que no habría sabido como llenar.
A las canciones, a los amigos, y a ciertos libros que se han travestido con bata de veterinario, va dedicado esto.

Thursday, March 02, 2006

lo que no entró en super 45 porque la relación con las canciones me parecio una burda excusa

Este nuevo intento para hacer que esto que se llama columna por lo menos no cojee comienza con la experiencia de haber ido solo a un motel y sólo a un motel. Lo que viene a continuación es un rodeo a la explicación de la diferencia entre el solo con y sin acento.
No crean que andaba haciendo una especie de observación participante y ahora tendrán los datos, sino que llegué a lo que puedo llamar experiencia a partir de un momento anterior que comienza llegando a tu(de otro/de los dos) casa. Enfrentándote a ese momento místico en donde te das cuenta que los millones de intentos para abrir la puerta de tu casa comienzan a descartar que el seguir estando afuera no tiene que ver con las dudas acerca de la borrachera, que dijiste que nunca más ibas a tener, sino con que te cerraron la puerta desde adentro. Un adentro que duda de sí mismo porque le han requizado la visa, un adentro paseando por los metros de Londres con la camiseta de Brasil.
¿A dónde voy si supuestamente ya estaba volviendo? ¿A dónde descanso de las ficciones nocturnas que me cansaron y de las cuales supuestamente volvía? ¿Qué significa que te cierren una puerta que supuestamente era tuya? ¿Qué haces cuándo esa es la única puerta que te importa abrir sin llamar a un cerrajero?
Ni a los romanos, ni a los ricos de la Dehesa le alcanzarían las columnas que llenen el espacio de estas preguntas, pero como no soy ni lo uno ni lo otro, haré el intento de los hermanos Marx cuando en una noche en la ópera intentaron meter veinte personas en un closet para cuatro.
Si habría sido una película tal vez me habría identificado con el pobre idiota que no podía entrar a lo que supuestamente era su propia casa. Una mezla de Peter Sellers y Adam Sandler.
Dadas las circunstancias sólo era importante tener alguna respuesta del lugar en el que estaba y si me lo merecía, ya que de lo contrario tal vez es mejor cambiar de llaves o intentar entender por qué alguien cierra una puerta y por qué otro acepta abrirla otro día.
Han pasado varios meses desde estas preguntas y aún sigo sin contestarlas por lo que hoy no habrá respuestas sino más bien un intento de pensar cómo un televisor emitiendo lo que supuestamente son mujeres felices puede relacionarse con ciertas canciones o cómo es que esas mismas canciones se parecen a alguien como yo intentando dormir en un lugar donde no se va a dormir. Lugar sin dedicatorias y por lo tanto canciones sin dedicatorias. Canciones que están hechas para no encajar.
Caja idiota la llaman algunos. El problema no es la caja si no que ella no termine mirándote a ti. El problema es cuando esa caja no se piensa a sí misma como idiota sino que el único idiota es el que la mira.
Es como no identificarse con una mirada sino con un fuera de foco queriendo ser una mirada.
Me llamó la atención que llegar solo es casi lo mismo que llegar con 3 mas, un perro y un enano. Tal vez es porque después del juez Calvo ir a ver películas dejó de ser una excusa.
Estaba todo el lugar lleno de miradas de Sherlock Holmes intentando explicar qué tipo de perversión me hacía llegar solo a las 5 de la mañana a un motel.
Era como si confirmara el lugar del looser agrandándolo y metiéndome a la boca del lobo en donde todo vale desde 2 hacia arriba. En este caso, 2, restándole la mina que no estaba llevando, era menos 1.
Me sentía en una porno o una cámara indiscreta ante las miradas de lástima de esas nanas de la cacha, que no entendían cómo era que las sábanas tendidas cada tres horas no iban a tapar a más de uno. La tele y yo, diría mal, Julio Cesár.
Onanismo con el televisor que se ríe de uno cuando las fantasías no tienen que ver con las posiciones dentro de la cama sino con estar fuera de una.
Sensación de ser una sopa para uno en una olla de dos plazas preguntándome por qué hay cosas que queriendo compartir están hechas para no poder hacerlo.
Como ciertos discos que no pueden dedicarse porque su sola escucha implica dormir afuera no sólo de tu casa sino de ti mismo. Dedicarlos es como decirle a tu nueva novia lo que no alcanzaste a decirle a tu ex novia.
Discos hechos para escuchar a solas porque el sólo hecho de desarmarlos para que te sirvan como frase cliché hace que ya no existan y te dejen nuevamente en el principio o peor aún sin saber cuál es éste.
Debo decir que los amo porque hacen del amor algo incompleto, algo que duda del nombre que le han puesto pero que igual existe. Algo que anda buscando saber quién es y odia las postales. Ese amor que para serlo a veces prescinde del destinatario porque duda de que la carta llegue en el tiempo presupuestado pero aún así la manda.
A todas esas cartas que nunca llegan a destino y aún se siguen mandando les dedico estas palabras, tal vez porque envidio a todos aquellos que pueden dedicar canciones no siempre afinadas pero que intentan llamarse canciones. A esos momentos solitarios de motel donde uno canta en la ducha, a todos esos discos que amamos pero que nunca nos corresponderan cambiando con cada escucha, va dedicada esta columna.