armas cargadas de polvo
Hay ocasiones en las cuales no entender demasiado bien un idioma nos obliga a construir un sentido donde tal vez no lo hay e inventar nuestras propias canciones: a veces no somos ni más ni menos de lo que contamos o cantamos acerca de nosotros.
Es así como podemos pensar que aun entendiendo bien las palabras, el sentido lo pondrá nuestra historia.
Este intento de prólogo tiene su origen dos días atrás, cuando escuchaba una canción llamada ‘Loneliness is a gun’, de House of Love que tarareé mucho tiempo diciendo “girl” al final de la frase.
Me di cuenta ayer mientras intentaba escribir algo de este gran grupo (que conozco hace menos tiempo del que me gustaría).
Lo interesante de todo esto es que equivocarme no cambió mucho el sentido de lo que yo suponía que decían, ya que la soledad no se equivoca al tener nombre de mujer, ni compararse a veces con un arma.
Mi equivocación me lleva a pensar en lo iluso que soy a veces, al creer que uso las metáforas a mi antojo cuando en realidad en general son ellas las que me usan a mí. Es así como creo que escucho canciones cuando a veces ellas me escuchan a mí o, en los peores momentos, se rien de mí, demostrando con silencios que ellas existen para mí pero yo no existo para ellas.
Es como cuando creo que tomo pero soy tomado, cuando creo que me aman y amo, cuando creo que puedo creer en algo y aquí estoy estampado en un cuaderno que me escribe mientras escribo. Situándome frente al mundo como si no pudiera existir sin mí, como si fuera dueño de lo que en realidad me adueña…
¿Será posible escuchar sin escucharnos? ¿Será posible escribir sin escribir una pérdida?
No lo sé, y acepto sugerencias mientras escribo y al mismo tiempo sé que por buenas que sean las sugerencias, existen sólo en el tiempo de las ilusiones, existen en el tiempo de un vacío que no es esta columna, si es que creemos que una columna intenta llenar algo o por lo menos pararse en un vacío.
Existen ilusiones de cada una de las cosas que uno necesita y nadie puede darte. Tal vez por eso, se escriben deseando un más allá de ellas mismas. Incluyendo en el presente que las escribe el pasado que las ha hecho posibles y el futuro que desean.
En otras palabras, el vértigo que significa ilusionar lo que ni las palabras pueden detener.
Ese lugar en que “gun” puede ser “girl” y seguir siendo canción, ya que el error sólo existe si lo miramos desde afuera.
Si lo escribimos después de habernos dado cuenta que la palabra no era “girl” sino “gun”. ¿Qué hacemos con el tiempo anterior? ¿Lo pensamos como un error o una mentira?
No lo creo, e incluso las palabras que pudieran remediar el error son las mismas que ya cobraron un sentido haciendo de un arma una mujer.
Es como cuando decimos que no quisimos decir lo que dijimos usando palabras que no pueden borrar lo que ya pasó, y nos transforman en las marionetas de lo que creían que eran manos. Como si las palabras fueran esclavas en la ilusión de no ser nosotros los esclavos. Como si ellas no nos hablaran o como si pudiéramos controlarlas sin que al mismo tiempo nos hagan existir.
Palabras escritas en femenino, palabras que se escapan de nuestro abrazo, palabras peores que un arma en su insistencia, palabras que son las mujeres que no entendemos, palabras que se juntan y hacen canciones. Canciones con nombres de mujer, como “Suzanne” en la lluvia y todas las Suzannes que no son las de Leonard Cohen sino las nuestras.
Lluvias que no son la de John Cusack en Alta fidelidad, que sabemos que llegaran en los peores momentos.
Lluvias y paraguas dentro de la casa con las peores malas suertes, que no entran dentro de los guiones que no podemos escribir y las canciones que escuchamos porque el que las ha escrito ha estado en ese lugar donde ya no estamos, donde nos faltan las palabras que hacen una canción.
Esas canciones que ya han sido para ser escuchadas existen porque fueron un acto de otro en un lugar que intentamos que sea el nuestro. Acto más allá de la comunicación que intenta vender más celulares, ya que no sólo no queda claro a qué o quién se dirigen sino que podríamos pensar que están escritas como un intento de responder a esta pregunta.
Es así como tal vez no haya un momento más patético que un artista hablando de su obra: creo que si hay palabras para explicarla, mejor no la hubiera hecho.
Momento que se hace cada vez más repetido en forma de resumen o reseña de película o disco, instalando en nuestro escaparate mental el lugar en que algo podría ocupar su lugar.
No crean que si hablo de discos o películas he dejado de hablar de mujeres, ya que también es posible congeniar nuestras ilusiones con las descripciones que otros nos dan antes de una cita a ciegas o de esos sitios o teléfonos que prometen encontrarse con esa cosa tan terrible que algunos llaman la media naranja.
No crean tampoco que hoy he decidido perder mi tiempo y el de las palabras, sino que si han tenido la paciencia de haber llegado hasta acá, debo decirles que justamente todo lo que pueda decirse siempre queda corto.
Si ironicé acerca de los celulares es porque existen momentos en donde la mejor intención de comunicar no sólo es entendida de la manera más inversa, sino porque ni nosotros tenemos claro lo que se quiso decir.
Hagan el ejercicio de contar cuántos momentos eternos de romanticismo han surgido del hecho de querer decir algo más allá de lo que se dijo. Como cuando nos llenamos de explicaciones y nos hacen callar porque el intento de usar las palabras para explicarnos pudo más que nosotros.
A modo de ejemplo, no citaré a Tarkovski ni a Misoguchi sino a Renee Zelzweiger diciéndole a Tom Cruise en Jerry Macguire, “me derretiste con el hola”, demostrando que si no es el destinatario de la explicación el que se derrite será uno el que se derretirá buscando las palabras que logren ese efecto, muestra de que la comunicación –más que las palabras– es un intento de enfrentarnos a esas extrañezas perfectas que hemos decidido llamar “mujer”, como una forma de nombrar eso que hace de Arjona no sólo un ignorante sino un cara-de-raja, ya que si Neruda o Picasso dijeron algo, fue un intento de decir lo que no pudieron en forma de postal.
No como esa forma de identificación barata arjoneana, que hace de los dos el estandarte patriotero de lo que pudiera ser “la mujer”, de lo que pudiera querer la mujer, borrando justamente lo que pudiera no sólo hablar de mujeres en plural sino también el hecho de que si nos ponemos a hablar de complementos cualquier cosa puede complementarnos.
Le creería si fueramos legos, puzzles o piezas de ajedrez, pero si ni nosotros “los hombres” sabemos cuál es nuestra mitad, cómo mierda nos vamos a unir con esa otra mitad que ni siquiera conocemos.
Es así como del intento de explicación de una equivocación llegué a hablar de las mujeres, tal vez porque hablar de mujeres implica una explicación o una equivocación. Tal vez porque todo este rodeo de un rodeo era sólo para hablar de una mujer en particular. Tal vez porque esa mujer en particular obliga a escribir sobre ella. Tal vez porque no sólo uno escribe sobre ella sino que escribe porque la ha confundido con un arma. Tal vez porque a las mujeres haya que explicarlas. Tal vez porque sólo es posible hablar de la confusión entre “girl” y “gun” haciendo un rodeo en forma de homenaje a eso desconocido que hizo de una chica un arma y de un arma una chica.
Tal vez porque me pagan por caracteres escritos y no llego a fin de mes.
Tal vez porque la soledad y la noche también son mujeres que no nos dejan dormir.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home