Gentlemen
Puedes correr pero no puedes esconderte. Clubber Lang. Mr T.
Las canciones son como las mujeres, aunque suene misógino como esas grandes verdades de Greg Dully de Afghan Whigs superando lo políticamente correcto sin temor a odiar lo desconocido. No como algo lejano, sino más bien como eso que ni el sentido ni las sábanas logran recubrir.
Ese vestido de un modista pasado de moda llamado verdad que llega siempre tarde a la pasarela de las palabras manoseadas. Ese espejo que teme mirarse a sí mismo por dudar de si verá algo o por el temor a que eso que ve no logra ser externo a su mirada, sino más bien su propia construcción.
En este sentido quiero pensar hoy en esas mujeres más grandes que yo, que no logran encajar en esa categoría deseada por los identificados con “la nueva masculinidad” o ese engendro llamado metrosexual que no se le habría ocurrido ni a Ridley Scott en su mejor época. Esos aliens vestidos de categorías que terminarán devorándonos a todos.
Mujeres que no entendemos, porque tal vez no haya nada que entender y lo que pensábamos que era romance huele en ciertas ocasiones a tarjetas Village en descuento.
A amor con sacarina, o a jugo de naranja más naranja que las naranjas.
Esas mujeres que nos muestran un camino y luego borran la huella dejando a Hanzel sin Gretel y sin migas ni para las palomas.
Las mujeres que pueden decirte “te quiero así como eres” y después sin ni un atisbo de contradicción: “ya no eres el mismo”, mostrándonos que nuestro afán por querer ordenar las cosas no es sino una ficción.
Ese don increíble de poder destrozar las palabras y en el mismo momento, a lo que creíamos que éramos. Llevándonos a ese lugar en donde uno duda si lo que partió por una crítica a Arjona es en realidad Arjona riéndose de uno.
No quiero ni pensar y me contradigo pensando, que tal vez en algunas ocasiones tengamos que ponernos en estos lugares embarazosos de querer decir algo que patee penales con nuestra identidad y que incluso me hagan dudar de si acaso Arjona es más claro que yo, algo no tan difícil de pensar en todo caso.
En este sentido, tal vez comparto con él o creo compartir, el hecho de que las mujeres pueden ser la mejor excusa para hablar de lo que no conocemos, no sólo porque no podemos sino porque muchas veces no queremos.
Él, por lo menos tiene la excusa de la plata que gana, yo soy aún más idiota tratando de decir algo dedicado a la mujer de mi vida (o de lo que hasta el momento es mi vida) que incluso sé que no leerá esto y logre hacerme sentir, tal vez, como esa gente que apituta a alguien en un trabajo sólo por el hecho de hacer una buena acción. Buena en el sentido que lo deja a uno como bueno, ya que sería muy difícil desaparecer de la risa del otro dirigida a uno. Por esto voy a tomarme el atrevimiento de generalizar, ya que por un lado esa es una de las virtudes de las palabras, y por el otro (si es que sólo hay dos) porque él que escribe ahora soy yo y puedo de vez en cuando creerme un Stalin de las palabras.
Si no lo hiciera así y en algún momento me hiciera famoso, después podrían decir que comencé vendido, si es que fuera posible decir que alguna vez fuimos dueños de nosotros mismos.
Es así como esa mujer con nombre, ahora representará a todo lo que nos regala esa imagen invertida o desfigurada de lo que somos.
Ese intento hijo del vacío que no conoció nunca a su padre y que añora una licencia frente a lo desconocido, que logre nombrar por lo menos algo sobre la impotencia de las palabras, aunque sólo tenga cara de carnet.
Esas letras terribles fuera del renglón que no logramos ordenar y se convierten en el pobre que habita en cada rico, haciéndolo más pobre aún.
Borde de la limosna y borde del viagra.
Borde de lo que queremos que sea un sentido, y que parafraseando a nacho vegas, nos pone en ese lugar en donde no sabemos si esta vez todo está dentro de nosotros y ya no podremos escapar ni aún odiando.
Escapamos tal vez, inventando rótulos que nos ayuden a situar eso que está al otro lado, para pensar por lo menos que no estamos pensando, o para no asistir a ese lego que somos y por el cual venderíamos el alma si es que existiera alguien que pudiera armarlo.
Buscamos así, la sabiduría de esa barbie que vivió tantos años entre juguetes y piezas de plástico que pueda darnos una respuesta. Por lo menos desde la ilusión práctica de que el estar tantos años al lado del estante de los kent eso le enseñó algo. No importándonos que ahora sólo estén hechos de cirugías o se agoten en lo efímero, de un humo demasiado light para que valga la pena incluso pensar en ellos.
Ahora sólo quedan los cigarros detrás de las palabras, como lo que no debiera haberse dicho, o como el lamento del cáncer que piensa en el primer cigarro tratando de olvidarlo. Formando parte de lo que no escapa al presente y logra darle un lugar entre todas las cosas que nos fascinaría pensar, si es que no fuéramos lo que somos.
Así, entre tanta incomprensión y belleza, inventamos a la mujer profesional, al drum & bass, a la madre, a la esposa, a la puta, y a lo alternativo, siempre y cuando no se salga del cuadro y no sea eso alternativo a las categorías que no sabríamos como nombrar.
Por suerte, y para que mañana no me pongan en la categoría “gótico”, siempre hay alguien que en el intento de escapar hace escapar a otros de esa ilusión de qué podemos saber realmente lo que el otro quiere y así, las canciones se vuelven la prueba de lo difícil e inútil del olvido. Haciendo un monumento que permita decir que ahí estuvo lo que quiso ser una caricatura del olvido y quedó petrificado con cara de inutilidad.
Cada uno tendrá sus hombres, sus mujeres, sus historias monumento y si están ahí, es porque el peor y el mejor arquitecto, somos nosotros mismos dedicando lo que tal vez nunca supimos que estábamos dedicando.
Como esa gente que va al campo a encontrarse a sí mismo y termina dándose cuenta que las vacas no pueden contestarle sus preguntas, porque él ante las vacas no es nadie.
Nada se devuelve, no se siente tímido ni se enamora de ellas porque las vacas no desean nada en él.
Chiste contado por lo inverso que no quiere darse cuenta que aunque se lo cuente solo, hay alguien que se ríe más allá de él y no hay idioma posible que convenza a las vacas en usar pepsodent para que se le vean más blancos los dientes.
Tal vez, porque a la otra vaca o toro no le importan los dientes más que para comer y no pueden darse cuenta que lo que sobra, es lo que nos hace reír de un chiste, que a veces somos nosotros mismos.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home