Wednesday, February 07, 2007

the last waltz



La muerte ataca de nuevo a los que mejor la han tratado, a los que han podido acercarla al amor, a la incomprensión y a lo que no puede ser dicho más que pagándolo con el cuerpo.

Un amigo me llamó hoy pidiéndome que escribiera sobre Elliott Smith pensando que la muerte era una buena razón. Estoy de acuerdo con esto en algunos casos, pero yo no sabía el dato de que ese señor de las tinieblas se encontró finalmente con ellas, escribiendo por fin ese punto final que siempre le causó dificultades.

Eso incompleto en sus canciones intentando explicar la razón de sus preguntas, preguntas que sin embargo no sirvieron para empapelar lo que quedaba más allá de la música que dejó.

Es así como nuevamente tenemos que inventar esa despedida más fuerte que cualquier otra, ya que no hay nadie de quien despedirse. Sólo nos quedan esas enormes canciones que incluso lograron que Robin Williams pasara desapercibido en Good Will Hunting y que esos amores incompletos tuvieran por fin la banda sonora que merecían.

Es la segunda vez que escribo con una rabia inmensa, no crean que es porque me gusten los muertos, sino más bien porque me encantaría que murieran otros y no los que me habitan, ya que siempre se llevan algo de mí y de lo que yo era con ellos. Metáfora tal vez que vuelve eso de la media naranja en una excusa recitada por nuestro egoísmo en ese más allá de lo que quisiéramos decir.

La lista en mi cabeza podría ser interminable y absolutamente ridícula pero no cambiaría nada ni le sacaría el filo al cuchillo de esa psicosis, que de una vez por todas, ha transformado la tranquilidad de la ficción de esa ducha fascinante de norman bates en la realidad más insoportable. Una realidad, que probablemente me haga mirar dos veces el próximo cuchillo con el que trataré de cocinar, lo que ojalá no termine cocinándome a mí.

Sólo puedo decir que esas piedras para afilar que nunca supe manejar muy bien ahora han pasado de la ignorancia al terror del recuerdo.
Si es cierto eso de que la muerte se aparece de negro con una hoz o juega ajedrez como en el séptimo sello, quiere decir que es miope, disléxica o realmente malvada.

No me gusta la rabia, ni que me inunde el sentido común, porque quiere decir que me está costando demasiado hablar por mí y busco el refugio de palabras que comienzan a oler a diccionario, a profesor Banderas, a manual de carreño o a que la Teletón no puede ser sino “buena onda”.

Todas esas cosas que terminan dirigiéndose a mí, tratando de ocultar cuál es la verdadera razón del dolor en mis palabras. Ese momento en que aparece el fantasma de Jeff Buckley cubriendo todo de un manto de injusticia. De esas cosas terribles que suceden todos los días en el mundo y que esquivamos con amigos, mujeres, alcohol o canciones.

Mueren los que no pueden más, no los que cagan el mundo. Mueren muchas veces los más lúcidos. Mueren los honestos. Mueren los complicados, ya que los demás toman pastillas para la depresión y encima les sirven o creen que el extasis viene en forma de pastilla.

Mueren los que nos hacen morir un poco. Mueren dejándonos la culpa de que tal vez debiéramos haber sido nosotros. Mueren los que se han encontrado con sus palabras convirtiéndolas en un cañon en la sien o en cualquiera de sus metáforas que han dejado de serlo en el momento de morir y ya no podremos preguntar si eso que se dijo es minímamente lo que pensábamos, dejándonos realmente solos.

Muriendo para o por nosotros, a veces en la honestidad de no seguir mintiendo. Muriendo como el espejo que nos dice que seguimos vivos, enfrentándonos a una pregunta o la madre de todas las preguntas que nunca podremos contestar.

Quiero creer que ese padre, hermano y amigo fue en su búsqueda. Que fue un ansioso y no un suicida. Que se le acabaron las palabras de este mundo y fue a buscar otras que lo salvaran del sacrificio de tener que dedicarlas o de saber a quién.

Quiero pensar que no lo pasó mal. Que estaba tranquilo. Que no sufrió más que al escribir sus canciones. Que no sabía que nos recordaría todas esas pequeñas y grandes muertes que no mueren con el día.

Me encantaría pensar que el equivocado es él y que los que quedamos, no nos equivocamos en seguir buscando respuestas donde otros ven negocios. La verdad es que intento decir algo que no sé si podré decir y que está volviendo inútil cada palabra que trate de explicar esta terrible pérdida gemela de todas las demás pérdidas.

Puede parecer exagerada mi dificultad, pero no me importa, porque esto es entre Elliott Smith y yo. Y si es que ahora estoy escribiendo, es porque me lo pidió un amigo y porque en este momento no tengo ganas de hablarle ni a mi perro ni a la pared, que ya debe estar cansada de tantas muertes y sólo quiera la tranquilidad de esa ceresita que la haga sentir minímamente renovada.

Me contento sólo con creer que ese hombre innombrable, murió tarareando su propia letra y se entretuvo creyéndose por fin a sí mismo lo que decía en Waltz 2 de la siguiente manera:

It's okay, it´s allright, nothing wrong.
Tell Mr. Man with impossible plans to just leave me alone.
In the place where i make no mistakes,
When i have what it takes.

Ojalá que le esté resultando y que si llega a ver a mi abuelo le dé un gran abrazo de mi parte, ya que tampoco de él pude despedirme y hace que no llegue a poderle ver la cabeza a su recuerdo.

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