Wednesday, February 07, 2007

bajaremos



Hoy me detuve a pensar en la dicotomía que diferencia al cine de entretenimiento del cine arte; nosotros, simples mortales, nos la tragamos tan fácilmente, y nos demoramos en ella lo mismo que en decidir entre unos pop corn salados o dulces en el mesón de los aperitivos (creados justamente para que funcionen como antesala o durante la proyección, en salas cada vez más cómodas).

Es un juego que, en ese momento, se transforma en una experiencia ya digerida y pensada para nosotros, que nos ahorra la duda de si algo se nos quedó entre los dientes o si se transformó en uno de esos aparatos horribles que cepillan los dientes, donde el antes, el después y el ahora dejan de depender de nosotros.

¿Tanto nos sobra la plata? O, dicho de otra manera: ¿Tendrán que limpiarnos el culo y llamar water a lo que ha triunfado como la marea que borra nuestras huellas?
¿Tan fácil es que nos impongan héroes llamados water, que plantan sus banderas mientras borran su pasado llamado "mierda" (o desecho, para los oídos más doctos)?
¿Por qué el nombre se lo queda el que limpia? ¿Por qué no lo llamamos, por ejemplo, "mierdadero"?

Se estarán preguntando por qué empecé hablando de cine y terminé con los baños.

La idea indirecta para responder a esta interrogante tiene que ver con la duda sobre las categorías con las cuales nombramos a las cosas: la idea es que no nos compliquemos con lo que nos dicta nuestra emoción (si es que ya no está convertida en “inteligente”) o nuestra mirada, intentando enfocar eso que todavía no ha sido nombrado.
El cine, en este caso, se convierte en un cómplice de acuerdo a nuestros planes, y no, por ejemplo, en un enemigo o un desconocido que hay que conocer antes de poder ponerle un nombre.

Es así como podemos elegir las películas o los discos en relación con lo que queremos o deseamos ser, no con lo que aún no sabemos.

Los datos de boca en boca dicen que no hay que ver El último beso con una pareja que aún no es pareja, así como The mind of the married man puede ocasionar discusiones que no estaban dentro de los planes, si estamos cerca de un 14 de febrero.

Esta manera de pensar las cosas nos quiere hacer creer que ellas nos hablan antes de hablar, vendiéndonos prólogos que nos salven de la distancia insalvable entre nosotros y el mundo.
Eterna duda ante lo que se nos presenta: si el entretenimiento es un fin en sí mismo o la explicación pobre de una industria sin voz propia que se escuda en el peor de los facilismos, el cine ya no se diferencia de una revista Caras en la consulta del dentista.

Me duele escuchar que se discute en televisión acerca de lo que fue uno en la época hippie, como si fuera una talla o un mal necesario para llegar a ser lo que son ahora, como si fuera tan fácil creer que hemos evolucionado y tenemos la autoridad para poder reírnos tan fácilmente del pasado.

Debo decir que justamente me da risa lo que da risa: no me siento mal aceptando que Cinderella, Poison y Bon Jovi empapelaban mi pieza y me hacían sentir “rebelde”: Mis certezas actuales también dudan de sí mismas.

Es así como cuesta definir que el pasado es realmente pasado, ya que no sé qué de eso es presente en mí. De ahí la dificultad y lo hermoso de las alfombras convertidas de vez en cuando en piedras. O las comedias que debieran hacernos reír pero que nos dan pena por su estupidez o su falta de sutileza donde supuestamente debíamos sentirnos identificados.
Se asemeja a esos prólogos que cuentan el libro o la película dándonos datos para que identifiquemos nuestro estado de ánimo o lo que somos y la elijamos antes de dudar o antes de verla.
La identidad se ha convertido, así, en algo que podemos cotizar en el mercado de nuestras relaciones gracias a los que se visten de benefactores, que nos dan el crédito que hace posible que algún publicista iluminado diga que no hay nada más difícil que pedir prestado: es la máscara bancaria de un ser anónimo al que tendremos que pagarle igual.

En este punto me pongo dicotómico y no puedo dejar de pensar en que si ellos no son los idiotas, entonces lo somos nosotros.

O yo soy más estúpido de lo que creo o eso es justamente pedir prestado, aunque el anónimato del banco no nos dirá nada, porque sólo le interesa cobrar.
El banco se transforma, así, en el amigo cómplice que nos permite tensionar lo más posible la imagen frente a los otros, a través del secreto bancario.
Es una nueva forma de confesión ante los dioses, que han evolucionado y se han hecho una imagen de marca, transformando un negocio en una cercanía firmada ante notario. En un Marlon Brando con alzhemeir, convertido en sobrino de unos papeles firmados ante notario, que olvidaron ese beso vengativo o la mano que dio ayer.
Ahora, en vez de agarrar otra mano, cree válido dar vuelta la cara y agarrar un cuchillo mientras el acuchillado te saluda sin saber que el destino a veces no es propio.

Así llegamos al amigo que nos aconseja cómo y cuándo entretenernos, a ese cine de entretenimiento o a la música en el computador bajo el titulo de "accesorios".
Escuchar algo que nos facilita un nombre, de acuerdo a lo que todavía no hemos podido nombrar. Una especie de ascensor en el que sólo debemos apretar el botón de lo que deseamos, saltándose el paso del tropiezo: primero hay que bajar.

Como diría el gran Palo Pandolfo de Don Cornelio y la Zona, aún existe la gente que coreará conmigo “bajaremos, incontenibles, hasta donde el diablo pueda olernos”. A lo que podría agregar que ojalá no sea el diablo metrosexual de Axe:

Merezco morir hoy, sí, me merezco morir
Telas hindues cubrirán el cuerpo muerto
Y abrazando los nidos retozan las luces con ella
Una larga caída, un desfonde un...
Otras telas, otros colores, sin música ni histriones
Bajaremos, incontenibles, hasta donde el diablo pueda olernos
Cubriremos profundos olores pestilentes
Risutas pavadas ventrales, quizás tambien cerebrales
Merezco morir hoy, sí… me merezco... moriiiiiiir
Telas hindues cubriran el cuerpo muerto
Y abrazando los nidos, retozan las luces con ella
Bajaremos, incontenibles, hasta donde el diablo pueda olernos
Cubriremos profundos olores pestilentes...
Hola, hola... Hola... Eempeceeeeeemos...
Hola, hola… hola... Empeceeeeeeeemos.

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