Saliendo del closet
Hace como 12 años me compré los juicios a Oscar Wilde y recuerdo haber quedado entre triste e indignado leyendo cómo tenía que defender su homosexualidad una vez que esta se hizo pública en relación al caso de Lord Douglas. Recién hace 30 años sacaron del dsm3 (uno de los manuales de transtornos mentales más usados) la homosexualidad como enfermedad. El otro día escuchaba el juicio a Karen Atala y eso que tuvo que ir a juzgarse afuera me parecía tan de sentido común que me daba rabia. Si pensamos que ya ha desaparecido esa psicología reformista que considera como única normalidad a la heterosexualidad ¿cómo pensamos que todavía existan jueces que pongan como atenuante la sexualidad de una madre como condicionante de una tuición?
Contrarias a esta lógica pareciera que hay cada vez más películas y opiniones ciudadanas que hacen del “salir del closet” un triunfo moral, un paso a la felicidad “plena” y un encuentro con la “verdadera identidad”.
Pasamos del psicólogo castrador que te dice lo que no tienes que hacer al psicólogo buena onda que te dice lo que sí tienes que hacer.
No nos engañemos porque uno y otro son a veces igual de normativos. 5 pacientes provenientes de distintos psicólogos con edades entre 18 y 25 me han planteado más o menos lo mismo aunque de distinta forma: “Me hacía sentir que hasta que no se lo contara a todo el mundo no andaría bien y seguiría con rollos”.
“Me hacía sentir como un mentiroso y como si él fuera el más honesto del mundo”. “No sólo estaba confundido sino que ahora encima apurado a tener que desconfundirme lo que me confundía más”. “Era como si contando todo ya no tendría más conflictos. Lo hice y fue peor y en realidad creo que necesitaba más tiempo”.
Bajo el pretexto de lograr más libertad para el paciente, en realidad muchos psicólogos que se creen del lado de una verdad única terminan apurando procesos y cerrando preguntas en vez de abrirlas.
Esa idea de que “hay que” asumir una identidad cueste lo que cueste termina transformando el tiempo del paciente para resolver por sí mismo un conflicto en un lugar dado por el psicólogo en donde todo se transforma en un tiempo obligado que dicta cuándo y cómo generar y resolver las preguntas.
Al final esa lógica del psicólogo que sabe qué es lo mejor para su paciente, venga del lado que venga, es alguien que no trabaja con sujetos sino con conejillos de indias.
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