el amor es una mujer gorda
Mis ojos al cerrar te ven igual que ayer, temblando al implorar de nuevo mi querer, y hoy es tu voz que vuelve a mí, en esta tarde gris…
Siempre creí que el amor era como una mujer gorda, alguien que a pesar de los defectos visibles podría dejar todo de lado construyendo de a poco su propia historia, tal vez más sabiamente que esas personas a las que todo se le ha dado bien o tienen una cara demasiado bonita de acuerdo a la forma de mirar que esté de moda.
Siempre me lo había imaginado de esta forma o por lo menos esa fue la ilusión que guió gran parte de la historia de mis fracasos, que con comas de más o de menos, son los gateos de lo fácil o difícil que finalmente hará posible que ese "nuestra" que a veces usamos, pueda ser el primer nombre de ese segundo nombre que a veces llamamos vida. Eso que hace posible poder contar algo desde un presente que no ha sido comprado en las rebajas de Fallabella y que justamente permite decir que algo es "nuestro".
Podríamos decir de otra forma, que nunca creí en el amor bonito y feliz para siempre, ese inmaculado y certero al estilo village metamorfoseado en una puesta de sol.
Atardecer pensado por publicistas como yo, con la idea de ahorrarnos los atardeceres y el peso singular del tiempo propio.
Mi perro es más sabio que yo al recordarme que no siempre quiere aceptar la correa y que el lugar de amo se vuelve a veces irónico.
Es así como sólo rodeando lo que quiero decir, digo que he empezado a sentir el tiempo de otra forma, ya que ahora me imagino que el pasado empieza a existir sólo a partir de la primera decepción, no calculable en ninguna postal hecha para que nos identifiquemos con ella.
Es así como desde este presente en el que escribo, y a que a su modo también es pasado, el amor se parece más a un interruptor, a algo que se apaga y no hay chilectra, señas, fotos, ni complicidades pasadas que puedan repararlo. Se muere y como todas las muertes no hay razones que te permitan revivirlo, porque si es que algo vuelve es que ya no es lo mismo. Desde ese momento en que si intentamos hablar de ese pasado sólo será posible a partir de otro lugar que intente hablar de él, y ahí, queridos amigos y enemigos, estamos obligados a entrar en la nostalgia.
En ese espacio donde uno empieza a preguntarse por lo que ya ha sucedido, intentando situar el pasado como algo pasado.
Es así como puedo preguntarme por mi ingenuidad cuando creí que todavía quedaban posibilidades.
No sé si lo que creía sentir estaba pasado de moda y había visto demasiadas películas, cuando creí que todavía había cosas buenas que revivir, o por lo menos construir otras que siguieran alimentando a esa mujer que jamás podría haber sido anórexica.
En este momento el amor es como Tatcher riéndose o matando a las gordas de Fellini; es como el mundo cayéndose a pedazos delante mio y yo sin forma de detenerlo ni escaleras al cielo disponibles.
Tal vez debieran existir menos libros, canciones y películas que me recordaran todo una vez más, o por lo menos que ese recuerdo no tuviera que ver justamente con mis libros, canciones y películas preferidas.
Si lo son es tal vez por la única razón de que siempre estoy tan al filo de caer en esas historias que prefiero que ellos las vivan por mí. No porque quieran concientemente caer en la limosnería dándole a los demás lo que a ellos les sobra, sino porque muchas veces no tienen más elección e incluso ese otro al cual se dirigen los mira por encima y constituye la historia de lo que nunca fueron.
Intento justificarme como si el sentido fuera la balsa del naúfrago que soy y no quiero ser, pero me encuentro con la certeza del tiempo diciéndome que eso también era un antes.
Un antes que me dice que ahora estoy ahí, en todas esas hojas, en todas esas formas y en todos esos acordes.
Me encantaría no ser quien soy y hacerle caso a la cosmopolitan, seguir esos 10 famosos pasos que dan vergüenza sólo en el intento de numerarlos. No miento si digo que lo he intentado, pero por cada letra que leo quiero leer cinco de las otras, por cada acorde de la radio quiero diez de mis cassettes y por cada minuto de televisión quiero diez de una buena película.
En este momento las certezas de lo que me ha constituído en lo que he visto y me ha visto, de lo que he leído y escuchado, han pasado a tener amantes y la fidelidad a mi historia ha salido de un motel con el pelo mojado. Hasta las canciones de la Aurora que siempre aborrecí me recuerdan a Carolina cuando me dijo: -Ya no hay nada, ya no me atraes, es como que se apagó…no sé…creo que podríamos ser amigos.
En este momento estoy como la saliva que ni un borracho se quiere tomar, no me acumulo en los vasos pero he logrado hacerlo sin problemas en el fondo de las micros, en el fondo de las salas de clases y en el fondo de los bares. Lo único que ahora me hace recordar cuán gordo puede ser el amor, es una especie de paranoia cíclica que me lleva siempre a los mismos recuerdos, con una redondez tan perfecta como la gordura más perfecta. He peleado como cuando uno pelea sin la duda al costado, pero vuelvo a caer siempre en las mismas escenas en las que no quiero caer. Como esa vez que Carolina me dijo, mientras mordisqueaba un pedazo de pie de limón en el pasto del forestal: - Eres un voyeurista- sin siquiera pestañear.
-¿Yo un voyeurista?- le pregunté, sin saber realmente lo que quería decir con eso.
No es que no conociera el significado de la palabra sino que por su mirada como de esconder algo realmente inteligente, intuí que a eso no se refería.
-Sí. No te hagas el que no entiendes- me recriminó mientras cruzaba los brazos esperando que yo adivinara lo que quería decir.
Si hay algo que me molesta es cuando te dicen cosas así y uno no tiene la menor idea de qué es lo que te quieren decir. Es como si hubiera una especie de código que los que lo dicen creen compartir a través del tono, las palabras y las miradas. Yo que aún no he sido iluminado con ese don, puedo asegurar que no tenía ni la más remota idea acerca del significado de su tono, sus palabras y menos aún de su mirada inquisidora.
-Te digo que no entiendo, que yo sepa nunca me has encontrado mirando por la cerradura de la pieza de tu hermana, aunque no deja de merecerlo- dije tratando de distender algo el ambiente, que obviamente no lograba manejar.
-No me refiero a eso y tú lo sabes bien- dijo mirándome y haciendo una pausa como esperando a que yo hablara.
Yo no dije absolutamente nada porque en serio no sabía que decir y la miré como diciendo ¿Y ahora que sigue?
Ella me miró como si el abrir la boca abriera al mismo tiempo una especie de sinceridad piadosa. Ahora sé que esos segundos que antecedieron a sus palabras fueron tal vez la única venganza que tuvo conmigo, más merecida de lo que quisiera creer. Intuición por la cual aguanté la pausa de sus labios, aún más que esa primera vez que la interrumpí con un beso y que esta vez no merecían una interrupción.
No tuve que esperar tanto esta vez, tal vez porque sus labios no buscaban seducirme sino explicar porque yo ya no la seducía.
-Me refiero a que te fascina la música, no puedes vivir sin ella y nunca se te ocurrió ni intentaste tocar un instrumento. Sabes más de las calles de New York y de la heroína de Lou Reed que de tus propias calles y tu propia droga. Conoces más la soledad de Morrissey que la tuya propia. En resumen, siempre todo le está pasando a ellos pero nunca a ti.
Yo la miraba sin decir nada porque su resumen era brillante y estaba en el equilibrio entre desear que se le cayeran todos los dientes y que siguiera hablando, mostrándome tal vez una de las razones por las que no había estado equivocado al enamorarme de ella.
-Amas los libros, me hablas de Cortázar, Auster y millones más pero te cuesta muchísimo escribir algo que te convenza, que te apasione. Te la pasas leyendo poemas que te interpreten porque no tienes el coraje de escribirlos tú mismo.
Yo la seguía mirando como hablaba y se terminaba de comer el pie de limón, constatando que lo que más me gustaba de ella era al mismo tiempo lo que ella odiaba más de mí.
Traté de decir algo pero en esos momentos sublimes en que la verdad te apalea es mejor callar.
-Te mueres con el cine pero nunca terminaste ninguno de tus guiones, te sabes de memoria los diálogos de Woody Allen pero nunca intentaste hacer algo que se le parezca. Miras todo desde afuera, no participas. Recién ahora vengo a entender tu fascinación por la ventana indiscreta. No te preocupes, las ventanas y el yeso en el pie son tal vez lo más fácil de conseguir.
No podía dejar de mirarla al mismo tiempo que dejaba el pedazo de pie de limón al servicio de las hormigas.
Si hago un recuento salvaje de mi vida, este debe haber sido el único momento en que me habría encantado ser una hormiga, ya que me imagino que los nudos marineros en el estómago les estan vedados. Eso sentía yo, no tanto por lo que me había dicho sino porque sabía que la forma en que se habían desencadenado los acontecimientos presagiaba de una u otra forma una frase catastrófica.
Si había sido dicho todo lo que ella resumió admirablemente, no habría esperado menos que lo siguiente:
-Ya no hay nada, ya no me atraes, es como que se apagó…no sé…creo que podríamos ser amigos.
La escuché cautelosamente como cuando teníamos que contar sílabas en el colegio y ahí me di cuenta que mi gran interés por las historias de perdedores duros al estilo Bogart sí tenía que ver con un afán meramente voyeurista.
Daría cualquier cosa por saber, aunque sea por un instante, qué le corría por las venas a Bogart en Casablanca cuando dice "Siempre tendremos París" porque yo jamás habría podido decir con su cara "Siempre tendremos Santiago".
Por eso cuando la miré queriendo decir algo parecido, me contuve y mientras me iba caminando pensé que el amor a veces es como un desfile de modas anórexico, donde público y modelo existen al mismo tiempo, o donde vivimos y morimos tratando de encontrar nuestro lugar en esa pasarela de nosotros mismos, que sólo puede ser mirada de reojo.
Siempre creí que el amor era como una mujer gorda, alguien que a pesar de los defectos visibles podría dejar todo de lado construyendo de a poco su propia historia, tal vez más sabiamente que esas personas a las que todo se le ha dado bien o tienen una cara demasiado bonita de acuerdo a la forma de mirar que esté de moda.
Siempre me lo había imaginado de esta forma o por lo menos esa fue la ilusión que guió gran parte de la historia de mis fracasos, que con comas de más o de menos, son los gateos de lo fácil o difícil que finalmente hará posible que ese "nuestra" que a veces usamos, pueda ser el primer nombre de ese segundo nombre que a veces llamamos vida. Eso que hace posible poder contar algo desde un presente que no ha sido comprado en las rebajas de Fallabella y que justamente permite decir que algo es "nuestro".
Podríamos decir de otra forma, que nunca creí en el amor bonito y feliz para siempre, ese inmaculado y certero al estilo village metamorfoseado en una puesta de sol.
Atardecer pensado por publicistas como yo, con la idea de ahorrarnos los atardeceres y el peso singular del tiempo propio.
Mi perro es más sabio que yo al recordarme que no siempre quiere aceptar la correa y que el lugar de amo se vuelve a veces irónico.
Es así como sólo rodeando lo que quiero decir, digo que he empezado a sentir el tiempo de otra forma, ya que ahora me imagino que el pasado empieza a existir sólo a partir de la primera decepción, no calculable en ninguna postal hecha para que nos identifiquemos con ella.
Es así como desde este presente en el que escribo, y a que a su modo también es pasado, el amor se parece más a un interruptor, a algo que se apaga y no hay chilectra, señas, fotos, ni complicidades pasadas que puedan repararlo. Se muere y como todas las muertes no hay razones que te permitan revivirlo, porque si es que algo vuelve es que ya no es lo mismo. Desde ese momento en que si intentamos hablar de ese pasado sólo será posible a partir de otro lugar que intente hablar de él, y ahí, queridos amigos y enemigos, estamos obligados a entrar en la nostalgia.
En ese espacio donde uno empieza a preguntarse por lo que ya ha sucedido, intentando situar el pasado como algo pasado.
Es así como puedo preguntarme por mi ingenuidad cuando creí que todavía quedaban posibilidades.
No sé si lo que creía sentir estaba pasado de moda y había visto demasiadas películas, cuando creí que todavía había cosas buenas que revivir, o por lo menos construir otras que siguieran alimentando a esa mujer que jamás podría haber sido anórexica.
En este momento el amor es como Tatcher riéndose o matando a las gordas de Fellini; es como el mundo cayéndose a pedazos delante mio y yo sin forma de detenerlo ni escaleras al cielo disponibles.
Tal vez debieran existir menos libros, canciones y películas que me recordaran todo una vez más, o por lo menos que ese recuerdo no tuviera que ver justamente con mis libros, canciones y películas preferidas.
Si lo son es tal vez por la única razón de que siempre estoy tan al filo de caer en esas historias que prefiero que ellos las vivan por mí. No porque quieran concientemente caer en la limosnería dándole a los demás lo que a ellos les sobra, sino porque muchas veces no tienen más elección e incluso ese otro al cual se dirigen los mira por encima y constituye la historia de lo que nunca fueron.
Intento justificarme como si el sentido fuera la balsa del naúfrago que soy y no quiero ser, pero me encuentro con la certeza del tiempo diciéndome que eso también era un antes.
Un antes que me dice que ahora estoy ahí, en todas esas hojas, en todas esas formas y en todos esos acordes.
Me encantaría no ser quien soy y hacerle caso a la cosmopolitan, seguir esos 10 famosos pasos que dan vergüenza sólo en el intento de numerarlos. No miento si digo que lo he intentado, pero por cada letra que leo quiero leer cinco de las otras, por cada acorde de la radio quiero diez de mis cassettes y por cada minuto de televisión quiero diez de una buena película.
En este momento las certezas de lo que me ha constituído en lo que he visto y me ha visto, de lo que he leído y escuchado, han pasado a tener amantes y la fidelidad a mi historia ha salido de un motel con el pelo mojado. Hasta las canciones de la Aurora que siempre aborrecí me recuerdan a Carolina cuando me dijo: -Ya no hay nada, ya no me atraes, es como que se apagó…no sé…creo que podríamos ser amigos.
En este momento estoy como la saliva que ni un borracho se quiere tomar, no me acumulo en los vasos pero he logrado hacerlo sin problemas en el fondo de las micros, en el fondo de las salas de clases y en el fondo de los bares. Lo único que ahora me hace recordar cuán gordo puede ser el amor, es una especie de paranoia cíclica que me lleva siempre a los mismos recuerdos, con una redondez tan perfecta como la gordura más perfecta. He peleado como cuando uno pelea sin la duda al costado, pero vuelvo a caer siempre en las mismas escenas en las que no quiero caer. Como esa vez que Carolina me dijo, mientras mordisqueaba un pedazo de pie de limón en el pasto del forestal: - Eres un voyeurista- sin siquiera pestañear.
-¿Yo un voyeurista?- le pregunté, sin saber realmente lo que quería decir con eso.
No es que no conociera el significado de la palabra sino que por su mirada como de esconder algo realmente inteligente, intuí que a eso no se refería.
-Sí. No te hagas el que no entiendes- me recriminó mientras cruzaba los brazos esperando que yo adivinara lo que quería decir.
Si hay algo que me molesta es cuando te dicen cosas así y uno no tiene la menor idea de qué es lo que te quieren decir. Es como si hubiera una especie de código que los que lo dicen creen compartir a través del tono, las palabras y las miradas. Yo que aún no he sido iluminado con ese don, puedo asegurar que no tenía ni la más remota idea acerca del significado de su tono, sus palabras y menos aún de su mirada inquisidora.
-Te digo que no entiendo, que yo sepa nunca me has encontrado mirando por la cerradura de la pieza de tu hermana, aunque no deja de merecerlo- dije tratando de distender algo el ambiente, que obviamente no lograba manejar.
-No me refiero a eso y tú lo sabes bien- dijo mirándome y haciendo una pausa como esperando a que yo hablara.
Yo no dije absolutamente nada porque en serio no sabía que decir y la miré como diciendo ¿Y ahora que sigue?
Ella me miró como si el abrir la boca abriera al mismo tiempo una especie de sinceridad piadosa. Ahora sé que esos segundos que antecedieron a sus palabras fueron tal vez la única venganza que tuvo conmigo, más merecida de lo que quisiera creer. Intuición por la cual aguanté la pausa de sus labios, aún más que esa primera vez que la interrumpí con un beso y que esta vez no merecían una interrupción.
No tuve que esperar tanto esta vez, tal vez porque sus labios no buscaban seducirme sino explicar porque yo ya no la seducía.
-Me refiero a que te fascina la música, no puedes vivir sin ella y nunca se te ocurrió ni intentaste tocar un instrumento. Sabes más de las calles de New York y de la heroína de Lou Reed que de tus propias calles y tu propia droga. Conoces más la soledad de Morrissey que la tuya propia. En resumen, siempre todo le está pasando a ellos pero nunca a ti.
Yo la miraba sin decir nada porque su resumen era brillante y estaba en el equilibrio entre desear que se le cayeran todos los dientes y que siguiera hablando, mostrándome tal vez una de las razones por las que no había estado equivocado al enamorarme de ella.
-Amas los libros, me hablas de Cortázar, Auster y millones más pero te cuesta muchísimo escribir algo que te convenza, que te apasione. Te la pasas leyendo poemas que te interpreten porque no tienes el coraje de escribirlos tú mismo.
Yo la seguía mirando como hablaba y se terminaba de comer el pie de limón, constatando que lo que más me gustaba de ella era al mismo tiempo lo que ella odiaba más de mí.
Traté de decir algo pero en esos momentos sublimes en que la verdad te apalea es mejor callar.
-Te mueres con el cine pero nunca terminaste ninguno de tus guiones, te sabes de memoria los diálogos de Woody Allen pero nunca intentaste hacer algo que se le parezca. Miras todo desde afuera, no participas. Recién ahora vengo a entender tu fascinación por la ventana indiscreta. No te preocupes, las ventanas y el yeso en el pie son tal vez lo más fácil de conseguir.
No podía dejar de mirarla al mismo tiempo que dejaba el pedazo de pie de limón al servicio de las hormigas.
Si hago un recuento salvaje de mi vida, este debe haber sido el único momento en que me habría encantado ser una hormiga, ya que me imagino que los nudos marineros en el estómago les estan vedados. Eso sentía yo, no tanto por lo que me había dicho sino porque sabía que la forma en que se habían desencadenado los acontecimientos presagiaba de una u otra forma una frase catastrófica.
Si había sido dicho todo lo que ella resumió admirablemente, no habría esperado menos que lo siguiente:
-Ya no hay nada, ya no me atraes, es como que se apagó…no sé…creo que podríamos ser amigos.
La escuché cautelosamente como cuando teníamos que contar sílabas en el colegio y ahí me di cuenta que mi gran interés por las historias de perdedores duros al estilo Bogart sí tenía que ver con un afán meramente voyeurista.
Daría cualquier cosa por saber, aunque sea por un instante, qué le corría por las venas a Bogart en Casablanca cuando dice "Siempre tendremos París" porque yo jamás habría podido decir con su cara "Siempre tendremos Santiago".
Por eso cuando la miré queriendo decir algo parecido, me contuve y mientras me iba caminando pensé que el amor a veces es como un desfile de modas anórexico, donde público y modelo existen al mismo tiempo, o donde vivimos y morimos tratando de encontrar nuestro lugar en esa pasarela de nosotros mismos, que sólo puede ser mirada de reojo.
4 Comments:
Simplemente me gustó la honestidad y la fluidez de la emoción con que escribe. Seguiré leyendo.
todavia el blog me maneja a mí pero gracias....
Yo creo que no hay que darse por vencido en lo que uno cree o quiere del amor. Hace rato que dejé de creer en el Viejo Pascuero y en el Príncipe Azul, y nunca me han gustado los tipos como Brad Pitt. En la imperfección está el sentido de amar. Amar a alguien por lo que es. El "And They Lived Happily Ever After" lo dejo para los cuentos de hadas.
Al final, sería darle la razón a todos los que se conforman para no estar solos: los cobardes y los que no se atreven a amar o ser amados… Creo que ellos son los que más se merecen vivir o morir en aquella pasarela con las modelos anoréxicas.
Si uno nace y muere solo, no tiene sentido temerle a la soledad o mejor dicho, temerle a estar con uno mismo...Es lo único que realmente uno tiene.
“How can she love me when she doesn't even love the cinema that I love?
What does she feel if she doesn't have the feeling that I have in my fingers.
This joy I have could lift this ceiling from its rafters but I'm not laughing.
We feel nothing, so we search for nothing, so we achieve nothing, love.”
Supongo que así es el desamor, la idealización inicial se transforma en una realidad chocante y uno de pronto despierta de un sueño en que ve al otro como... una hormiga quizás.
Últimamente tengo la tesis de que cuando una elige una pareja lo que tiene que elegir son esos defectos insufribles que serás capaz de tolerar. Una casi nunca sabe cuáles son los defectos insufribles que será capaz de tolerar.
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