Friday, February 02, 2007

a proposito de Aimee Mann sin Aimee Mann




Aimee Mann, dice su carnet, aunque algunos la llamen “ésa de Magnolia”, como esas personas que sólo saben citar o hablar de una película por los actores o, si es que quieren complicarse un poco, decidir entre entretenida y no entretenida.

Están también los que se creen más sofisticados y agregan algo más diciendo, con cierto aire místico, mientras acomodan sus palabras con feng shui: “No será una de Bergman, pero lo pasé bien”. Con tanta claridad al usar los conceptos y domesticar a los extremos, que se sitúan en ese punto justo donde me olvido de sus palabras y sólo pienso en el ángulo en que el hacha golpeará su cabeza más que en tener la obligación de decirles algo. Esos momentos de debilidad en que estaríamos dispuestos a trabajar en el comando para que Freddy Kruger salga senador.

Obviamente que tal vez es mi forma de no decir nada diciéndome algo. A través de esa burda fantasía gore que tampoco sirve como excusa, porque en vez de odiar tranquilamente me pregunto por la contradicción de mi discurso. Contradicción que intenta decir algo en las palabras que no son un acto, mientras el hacha viene hacía mí y el otro no se entera de nada y sólo existe en mi mundo. Lo que significa que esa tensión que flota en el aire sólo la respiro yo, mientras los demás asienten pensando que Bergman sirve sólo para usarlo de ejemplo porque es un latero. Hacha parapléjica que al no poder dirigirse hacia nadie sólo se vuelve hacia ti afilada sólo como las ideas pueden hacerlo, ya que sabes que esas fantasías de atragantar al de la fila de adelante con sus propias cabritas sólo existe para ti porque no se convertirá en un acto. Es como imaginarte lo que le harías a la novia de tu amigo y la sola idea de desabrochar el primer botón comienza a convertirte en el violador de Reñaca.

Woody Allen ha mostrado mejor que yo lo que intento decir, en esa escena de Annie Hall donde detrás de un cartel del cine aparece MacLuhann para decirle a un tipo de la fila que no pontifique en su nombre porque no entiende nada de su obra. A lo que, acto seguido, Woody Allen mira a la camára y dice algo así como que le encantaría que las cosas fueran así en el mundo “real”. A lo que yo digo: benditas sean sus intuiciones, aunque no sirvan de nada e incluso dudemos algo de ellas.

¿Por qué un desconfiador profesional como yo cae en la metafísica de apoyar su argumento en una mesa sin patas que cree sostenerse o levitar?

No lo sé, pero es algo tan idiota como recordar que Elliott Smith fue reconocido por su madre como ese alguien más allá de su hijo, cuando lo nombraron en los Oscars. Es por hechos como estos que se abren ante mí esos cielos nubladísimos que pueden recordarnos un paseo bajo la lluvia pero también una terrible inundación siendo dueño de una mediagua.

La existencia de ese espacio tan terrible me hace dudar acerca de lo que significa el reconocimiento y esa realidad normativa que pontifica acerca de las virtudes que hay que merecer para ser reconocido. Virtudes que si fueran las de los vendedores de la Feria del Disco me ponen en el problema de caer en el esnobismo de creer que el mal gusto de ellos es lo que permite diferenciarme y creer al igual que Morrissey, que Keats y Yeats están de mi lado, mientras que en el de ellos está Luis Miguel.

¿Un Oscar puede hablar tanto o cambiar una ignorancia en un cumplido?

Sé qué sí, pero si lo sé es porque entonces debemos desconfiar de nuestro conocimiento y de lo que también desconocemos, ya que no hay nada que pueda escribirse que nos salve de lo que decimos. Así como no hay Dios que no pueda pensarse sin construirlo al mismo tiempo.

No quiero ponerme ni críptico ni snob pero ¿nuestros perros, gatos o discos pueden pensar en un Dios que no sean ellos mismos? O, dicho de otra forma, ¿pueden construir ese algo que está más allá de ellos?

Yo creo que no, aunque eso no impida que nosotros nos inventemos esos lugares a cada momento y hagamos por ejemplo del “yo lo conocí primero” una religión. Discurso que deja a los demás en la ignorancia de los iniciados, de los que aún no han sido evangelizados o bendecidos.

A muchos la situación les debe resultar conocida y, si no es así, voy a tomarme el atrevimiento de dar algunos ejemplos:

La referencia a la historia del grupo que al mismo tiempo da cuenta de que uno no es un aparecido. Para los que aún no han entendido voy a hacer la mímica computacional. En una de esas lo lee alguien “importante” y me contratan para una teleserie.

A se encuentra con B y pregunta: ¿Escuchaste el último disco de Radiohead?
B responde: Sí, está bastante bueno, pero como que se vendieron, para mí después de The Bends son un grupo del montón y en realidad no debiera decir después porque Pablo Honey es una basofia.

Si B fuera un conocido mío estaría de acuerdo con él, pero más allá de eso podríamos pensar en cómo ese tipo de explicación sirve para dárselas de entendido, aún no habiendo escuchado ni una puta vez ninguno de los discos. Basta con leer a alguien con carnet de crítico y las orejas limpiadas todas las mañanas con cotonetes Rolling Stone.

Podríamos llamarlo el discurso del todo pasado fue mejor, aunque el todo debieramos entenderlo entre parentésis para dar a entender que no estamos generalizando y que somos erúditos en la materia. Erudición que debe confirmarse al poder establecer diferencias y poner silencios donde no existen, ya que han sido pensados de antemano para dotar al discurso de un cierto rango de duda y humildad.

Súbditos míos, si aún no han entendido, es como dejarle en claro a la audiencia que estamos pensando al estilo de Rodin para demostrar algo de riesgo o novedad en nuestras palabras.

Otra forma de usar este recurso es hablar no sólo de los discos sino de los integrantes del grupo. Me permito usar otro ejemplo:

A: Suede cagó después de que se fue Butler, ya que le daba un toque pop como más fino y hacía que las canciones se diferenciarán. Si no me entiendes, piensa en Morrissey sin Johnny Marr o en Blur sin Coxon. ¿Será que los guitarristas la llevan?
B: Voy a escuchar de nuevo ese segundo disco que me parecía medio sinfónico y casi tan maricón como el primero, ése en el que salían dos tipos en la tapa, en una de esas puedo comprármelo de nuevo cuando salga la reedición con dos temas nuevos en vivo desde el asilo de ancianos.

Otro caso que podríamos citar es cuando un grupo que uno considera bueno promedia más de 5 pasadas en la radio y se “chacrea”. Rara forma de considerar una determinada obra por lo que sucede después de ella.

Alguien dijo una vez que un libro una vez terminado ya no pertenecía a su autor. Si estamos de acuerdo con esto, ¿cómo podríamos juzgar un disco por lo que suceda después?

Recuerdo varias películas sacadas de cartelera y sin la venia de los críticos, vueltas a poner porque ganaban un Oscar o un Cannes y donde el público argumentaba que ese día en que la vieron habían ido sin los anteojos, estaban aquejados de colitis o no faltaba la mujer que argumentaba que justo ese día era fin de mes y sus hormonas hablaron por ella.

En este sentido, A diría lo siguiente:
Me gustaba mucho ese tema ‘Laid’ hasta que un día me lo hizo escuchar mi hermana diciendo que le gustaba más que el de New Kids on the Block.
B: Sí, te entiendo, yo lo regalé porque como que ya no me pertenecía, como que algo cambió.
A: Me carga demorarme dos años en encontrar un disco y que en un mes lo termine tarareando mi nana, mezclándolo con Cristián Castro.
B: Te entiendo perfectamente A, son los costos de una sociedad que odia a los adelantados y pretende masificarnos a todos. Como diría el duo dinámico o la teleserie argentina que es mi último placer culpable: resistiré.

También los discos pueden servir para hablar de esos personajes que quieren dar a entender que no son tan aburridos o intelectuales como parecen y tienen su lado oculto:

A se dirige a B desvíando un poco la mirada y le dice: ¿Escuchaste el disco de Justin Timberlake?

A lo que B responde: ¿Justin?
A: Like a love you.
B: Qué increíble que podamos comunicarnos sin hablar, debe ser por eso que estamos tan cerca en el abecedario, debe ser el destino, o como dice mi profesor de psicología, los discursos construyen la realidad.
A: ¿O sea que la A y la B son construcciones?
B: No sólo me regocija constatar que nos entendemos sino que al mismo tiempo estamos siendo parte de un artículo sin que me haya tenido que agarrar a tu novia o contar tus intimidades con el resto del abecedario.
A: No lo había pensado, pero de todas maneras no me gusta que nos hayan mezclado con las otras letras, sobre todo si nadie puede con un mínimo de decencia no empezar con nosotros, si es que alguna vez ha ido al colegio.
B: Tienes razón. ¿Has escuchado algo más feo que esa generalidad idiota que algunos nombran como de la A a la Z? Es como mezclar peras con manzanas.
A: ¿Lo dices de picado porque no saliste y siempre serás segundo?
B: Puede ser, sobre todo porque, ahora que lo pienso, la distancia entre A y B es la misma que entre A y Z si uno va a la inversa.
A: ¿Estuviste leyendo a Osho?
B: Sí, pero parece que ya no me gusta tanto porque escuché por ahí que Marciano quería musicalizarlo.

2 Comments:

Blogger ale said...

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8:56 PM  
Blogger g.scott said...

el melómano es un natural born amargo. Lo dijiste , si algo conoces su soundtrack de vida, este merece tu respeto.
Les pasa a todos.
Y sin verguenza reconozco que Laid es una de mis canciones favoritas.
Saludos

8:51 PM  

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