San Chinarro
Acabo de abandonar una crítica bien descriptiva acerca del último disco de Sr. Chinarro. Comentaba los temas. Los relacionaba con discos anteriores. Planteaba una hipótesis del giro que ha dado en sus últimos dos discos.
Era sintético. No había mucho prólogo. Era directo. No era yo.
Y por todo eso, terminó siendo fagocitado por ese ícono fascista llamado papelera.
¿Qué pasa que este disco llamado el mundo según me provoca esto?
Intentaré explicarlo en 10 puntos para tratar de no perderme tanto pero terminaré haciéndolo seguramente en dos porque no creo poder decir mucho más que eso.
1. La primera hipótesis que terminó en la basura fue la de que las letras empiezan a simplificarse.
Claro. Tuvo un hijo y habla del campo de la siguiente forma:
Campo, qué bonito el campo.
Vamos con los niños y con las mamás.
Atrás los señoritos,
las cornetas y tambores.
Está bien. Ahora se le entiende. Abandonó lo críptico de sus discos anteriores. Se cambió de Acuarela a Mushroom Pillow y aparece en el horizonte la consagración definitiva.
Podemos sentirnos más tranquilos y estar felices porque ahora incluso lo podrán corear en los karaokes creyendo que es bonito el campo.
Lo que pasa con este disco es que en realidad se vuelve más peligroso mientras uno más lo escucha.
Es un disco que ha aprendido la máxima de los gangsters de memoria.
Esa que dice que hay que tratar a los enemigos como amigos hasta que dejen de serlo porque o se pasaron de tu lado o porque como diría Vito Corleone, les hiciste una proposición que no se puede rechazar.
Es justamente lo que hace de la simplificación una trampa y de cada escucha un disco nuevo.
Sí, es bonito el campo, pero si su agricultor es Lynch nos podemos encontrar con lo siguiente:
Peligro indefinido
advertía una señal.
Y qué arte la del ciervo
en su marco triangular.
Las mujeres pronto habían de llegar.
Forasteros siempre, qué dificultad.
2. El segundo punto es que volviendo a escuchar sus discos anteriores me quedé pegado en los títulos.
Empecé a preguntarme qué diferencia podrá haber entre llamarle a un disco el por qué de mis peinados o no sé qué no sé cuántos a llamarlo el mundo según.
Y al mismo tiempo creer que el no decir el mundo según Chinarro no es para nada una casualidad.
Hacer hablar a Chinarro habría sido como que el Bartleby de Melville hubiera dicho, lo hago porque me llamo Bartleby en vez de preferiría no hacerlo.
Por eso el según no tiene ni nombre ni apellido y lo que parece claridad en realidad es la confirmación de que sí se dirán las cosas más claramente pero que se dirá lo que no se sabe.
Acá no hay certezas sobre el amor sino más bien medias naranjas vacías.
El mundo según es el mundo más chinarro posible.
Es ese mundo donde se cree encontrar la verdad pero una que es tan real que llega a dudar de sí misma y por eso se olvida del nombre propio.
Me preguntas si como yo son los demás.
Ni lo sé ni lo quiero pensar.
Ya se han dicho las cosas más claras.
Se comparten secretos idiotas.
Ya se tuerce el camino entre tú y yo.
Las botellas se tiran y explotan.
Es un bottle up and explode dicho en castellano y por suerte por alguien que sigue entre nosotros y hace que las comparaciones se vuelvan secretos idiotas.
Hay demasiadas canciones increíbles en este disco y mientras más trato de hablar de ellas más se me escapan. Hay más música que en todos los discos anteriores y la voz de Luque sale mucho más al frente. Hay por primera vez un flamenco realmente asumido en Gitana. Hay música western en Esplendor en la hierba. Hay violines que se acercan más a un Tindersticks o a un Divine comedy en No dispares, que al The cure al que nos tenía acostumbrados.
Hay demasiadas cosas que, aunque el snob de turno se ponga a criticar porque le suene demasiado español, me obligan a terminar esto citando a ese según que aún no firmando dice demasiado.
Es la canción que cierra el disco y se llama la última cena.
Y dice asi:
Nunca sé yo cómo empezar.
Nunca sé yo cómo acabar.
Nunca sé yo cómo empezar,
pero esto va camino del final.
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