Sunday, May 27, 2012

Da gusto esta gente que escribe lo que uno no podría.

No sé si existe alguien en el mundo que se haya acordado que en estos días hace once años que falleció Epic Soundtracks. El dato no parece el mejor de los anzuelos para pescar su nombre entre las aguas donde aletean los olvidados del rock, pero créanme que no encontré ningún otro. Músico de perfil bajo, sus discos apenas tienen ese rasgo distintivo, ese golpe de efecto que le hiciera destacar a primera vista entre el pelotón de rockeros al piano. Ni tampoco se le conocen episodios destacables en una biografía redactada sin fuegos artificiales. Epic Soundtracks fue fiel ejemplo de músico íntegro, admirador ciego de sus ídolos y quizás poco hábil en el uso de las oportunidades que la música le dio. Un músico que siempre renegó de la hipocresía aunque en ello también se le fuera el éxito. Para él, la música no fue lo primero. Fue lo único. Bueno, junto con las mujeres. Pero no le vean tras esta afirmación como un mujeriego de libro: el infeliz de Epic Soundtracks se enamoraba con tanta asiduidad que cada decepción le traía una nueva depresión. Al menos así le recordaba Nikki Sudden en un texto que escribió tras aquel 5 de noviembre de 1997, día en que su hermano decidió poner fin a todas y cada una de sus desilusiones con una efectiva sobredosis. Tres son las bandas en las que se fogueó Epic Soundtracks para evitar morir de aburrimiento. Empezó escondido tras la batería de Swell Maps. Algunos lo llamaron punk avanzado, pero yo más bien lo veo como un grupo dislocado sin las ideas muy claras, lo que en la época del post-punk siempre fue un valor al alza. Nikki Sudden, que ponía la voz, siempre dijo que Swell Maps hubiera sido un buen grupo de no haber existido el punk. Da que pensar. Luego vinieron Crime & The City Solution, un clon descafeinadísimo de los Bad Seeds de Nick Cave. Su mayor logro: hacer un cameo en “Cielo sobre Berlín”, de Wim Wenders. Pero, sin duda, Epic Soundtracks pudo sentirse orgulloso de haber militado en un magnífico disco de blues post-industrial, como es “Get Lost (Don’t Lie!)”, de These Immortal Souls, la banda que se sacó de la manga Rowland S. Howard para exhumar el cadáver de The Birthday Party. Uno se rinde ante aquel disco, pero mucho me temo que Epic Soundtracks recordaba aquellos episodios con un poco de indiferencia y algo más de frustración. Sólo cuando deshizo el camino andado y superó las vivencias del punk y los devaneos por el blues más cool, se encontró a sí mismo en el lado más clásico. Trabajó en una tienda de discos, cultivando pulcramente esa actitud extendida de que los dependientes de este gremio no son especialmente tolerantes con aquellos clientes que no comparten sus gustos musicales. Nikki Sudden confesó que su hermano fomentaba esta actitud altiva con orgullo, leyendo en esta postura más fortaleza que debilidad. El caso es que la colección de discos de Epic Soundtracks fue creciendo y creciendo hasta que un día Alan McGee (uno de los personajes más importantes de la industria del indie) llegó a decir que la discoteca de Kevin Paul Godfrey (su nombre real) era poco menos que la base sobre la que se sustentaba su sello, Creation Records. Epic Soundtracks se quitó por fin el miedo al protagonismo con “Rise Above”, su magnífico estreno en 1992. La canción “Fallen Down” hace justicia a su talento a las primeras de cambio. Una melodía inspirada, unos arreglos acertados, una gran emoción contenida, una canción redonda. Fue uno de los grandes tapados de los noventa. Si “Rise Above” pasó inmerecidamente desapercibido, sus siguientes movimientos no corrieron mejor suerte. “Sleeping Star”, “Change My Life” o “Debris” contenían preciosas canciones al piano (su registro más incisivo, en mi opinión) pero pocos se dieron cuenta. Hoy escucho “Fallen Down”, “Waiting For The Train Again” o “Tonight’s The Night” y maldigo la buena suerte de Richard Hawley. Epic Soundtracks nunca encogió la voz para subyugar a pusilánimes ni forzó su humilde registro pretendiendo ser quien no era. Sabía que escribía canciones de lenta maduración, pero calculó mal los tiempos: su vida se cortó cuando sus temas aún no habían caído del árbol. Tenía treinta y siete años. Grande, muy grande Epic Soundtracks. Cesar Estabiel

Thursday, May 24, 2012

“Congregation” (1992) & “Gentlemen” (1993) (The Afghan Whigs)Nadie podría decirlo mejor que David Mordoh

Mirando atentamente portada y contraportada de “Congregation” (Sub Pop 1992), no resulta tan dramático hacerse una idea del contenido del álbum como si lo escuchamos sin esta información previa. Un cuerpo afroamericano esbelto, con un bebé blanco en brazos sobre fondo rojo pasión. Y los ojos de ambos –el contraste blanco de los de ella- en la contraportada atrapando fijamente al objetivo. La propuesta de Afghan Whigs, y sobre todo la de Greg Dulli, no por novedosa es menos universal. Negros y blancos, rock con fiebre –no solo vocal- soul, hombres, mujeres y sexo: lo racional sometido a lo animal. Hasta entonces habían sorteado la travesía del anonimato con la dignidad pertinente de dos álbumes simplemente prometedores. En “Congregation” sin embargo los sonidos, crudísimos, casan con la intensidad –“I´m Her Slave”, menuda aceptación- de las palabras. Esa ferocidad carnal; esa actitud punk destripada por la inyección negra: escuchando las guitarras incendiando a una voz ya abrasada –el final de “Kiss The Floor”, “Conjure”, “Let Me Lie To you”, durante “Congregation” entera, etc- sin apenas dar tregua a lo largo del álbum –mientras escupen toda la violencia que a menudo generan las relaciones tempestuosas-, uno queda petrificado a la vez que intenta no sucumbir ante la vorágine y emprenderla con lo que tiene a mano. También elocuente resulta la portada de “Gentlemen” (Elektra 1993) con una pareja de niños emulando una imagen de alcoba de adultos: en el fondo pasan los años y seguimos siendo niños. Es un álbum mucho más refinado que su antecesor, pero como patada en los huevos sigue provocando un dolor tan brutal como el de su precisión seca. Ladies let me tell you about myself, I got a dick for a brain, por si alguien pensaba que se habían reblandecido, es la manera de comenzar “Be Sweet”. El maullido de una guitarra más condescendiente se agarra al título impulsando su significado, mientras “Debonair” escupe veneno junto al esperma. Entretanto “When We Two Parted” viene a decir que no ha habido nada tan rockeramente sexy desde Jim Morrison: intente usted follar con ella, y después intente discernir, o explicarse, por qué se fue todo a la mierda. Ni aún preso en su traje de aparente sofisticación sónica –el piano concedería un aire R.E.M.- puede el volcán de Dulli dejar de soltar energía incandescente –“What Jail Is Like”-, cual lava descendiendo por las laderas del cuerpo. Es el blues –“I Keep Coming Back”, grande entre las grandes- que directamente mata a golpes de soul. Quiero dejarte pero no puedo. Bárbara interpretación. Ahí, en este terreno, ningún otro blanco salvo Nick Cave –no, ni siquiera Mark Lanegan- puede con la convicción vocal de Greg Dulli. Un monstruo de álbum irrepetible.

Wednesday, May 16, 2012

Gracias hueona

Crecí en Argentina durmiendo en sillones de casas ajenas porque mis padres se cansaron de comer guaguas chilenas en el 73 y fueron a buscar carne nueva Allende los Andes. Crecí entre medio de voces que parecían estar siempre diciendo cosas importantes y me demoré demasiado tiempo en conocer a Violeta Parra. Nací entre Quilapayún, Los Jaivas, Los olimareños y Richard Wakeman. El primer CD que llegó a mi casa fue back in Black y no sé por qué nunca llegó a mi infancia Violeta Parra. Ahora que la escucho en serio, tal vez puedo empezar a entender la razón de tanto tiempo sin ella. Uno escucha ahora a Violeta Parra con audífonos y aunque repitas cada canción mil veces, no te sirve para usarla como discurso de nada. Hay algo en ella, que no te deja escucharla desde un lugar común. Tal vez porque suele ver las cosas no sólo desde mil lugares distintos sino de miles de formas diferentes. Si ahora que la he escuchado mil veces, me imaginara a mis padres discutiendo de política con esto de fondo cuando tenía 6 años, la escena sería muy parecida al escuadrón suicida de la vida de bryan, porque en vez de ir a pelear a la calle con un sentido político asumido, se habrían puesto a pensar en el sinsentido. Habrían hecho del amor, de la patria y del conflicto social, todo lo contrario a un panfleto. Las canciones de Violeta Parra son tremendamente políticas pero no de la manera en que se puedan usar para otros fines que para los que ella tiene en su cabeza. En ella, lo cotidiano se transforma en algo político y lo privado en algo que termina hablando de ella y de todos. Violeta Parra transforma lo privado en público y por eso se vuelve tan y más política, que lo que no se quiere ver. Parra es más política que la política misma, porque era tan seca que logró mostrar la política pero construída con su cuerpo y sus cicatrices. El dolor de Violeta no es ese bienvenido dolor tan de moda en estos días porque su dolor era de esos que quieres esquivar, pero que si lo haces terminas esquivándote a ti mismo. Violeta Parra es una bandera, pero ese trapo del terremoto antes de que lo hicieran emblema. Es el Chile de las rupturas y el conflicto pero no contado desde el manual oficial de la memoria histórica del Chile de Frías Valenzuela. La memoria histórica de Violeta es una memoria contada por la historia de su cuerpo. Las letras son inabarcables porque ella siempre supo que la verdad lo era y dio su cuerpo para demostrarlo. Lo que escribe es incluso esquivo a cualquier metáfora que pudiéramos querer encontrar. Hay tanta verdad en ella, que hace que cualquier interpretación siempre suene falsa. Uno escucha la cueca llamada “por pasármela tomando” y le sumas a Victor Jara y a Jorge González y tienes la historia del rock chileno. En Chile no hubo sumos, ni Spinettas, ni Charlys y todas las copias que quisieron incluso hacer en los 80 de soda stereo, terminaron siendo una especie de Peter rock copiando a Elvis. Esto no se trata del chauvinismo que intenta decir que Chile no se la pudo, sino de tratar de pensar quién giró en algún momento de la historia la cuerda del reloj para el otro lado. La historia de Chile suma más Sábados gigantes y teletones que historias de rock. Cuando a Virus les tiraban botellazos estilo “blues Brothers” tocando en texas y a Sumo los trolleaban por cantar en inglés en época de Malvinas, acá copiaban los peinados de los posters y Cruz Coke se creía rockero en “Bohemia”. Y más acá y más allá de toda esta historia que podemos hacer, Violeta Parra condensa y sigue siendo todo al mismo tiempo. Es lo que se entiende demasiado porque es demasiado simple. Es lo que ve las cosas de tan cerca que se vuelve incomprensible. Es lo que es tan real que no quieres verlo. Es lo demasiado conciente que se tiene que volver inconsciente para poder soportarlo. Uno escucha a Violeta Parra y escucha al Chile que aún no es y al Chile que no sabe quién es tampoco. Si pensáramos en serio sobre la identidad chilena, tal vez deberíamos decir que la verdadera identidad chilena, es esa que vive preguntándose por quién es y quién no es. Sabemos que no somos peruanos y odiamos a los argentinos y no somos ingleses. Tenemos la empanada y la piscola porque el pisco sour es peruano. Antes de todas estas dudas, Violeta Parra las encarna casi todas. Se hace cargo de la idea estúpida de que el rock es rebeldía, de que el folk es historia o herencia y de que la música debiera representar a la realidad. Violeta Parra no sólo cumple con todo eso, sino que hace de todo eso una pregunta: Donde los huasos quincheros dicen: 'Tá muy malo el corralero, y allá en el potrero como viejo está; hay que ayudarlo a que muera para que no sufra más. Siempre fuiste el más certero, y por eso debes su mal aliviar. Ella dice: “recemos una oración para este muerto viviente” o “Yo canto a la diferencia que hay de lo cierto a lo falso, De lo contrario no canto”. Entre la diferencia de la certeza de los huasos quincheros y las millones de preguntas que se hace Violeta Parra en cada una de sus canciones, podríamos contar la historia de toda la política chilena o la historia de la música chilena completa. Donde Violeta se preguntaría por el paso del tiempo, los huasos quincheros dirían hay que ayudarlo a que muera. En esa duda eterna y en la forma que tenía Violeta Parra de observar lo cotidiano, es donde sus letras se vuelven políticas y la exceden incluso a ella misma: Si yo levanto mi grito, no es tan sólo por gritar, Perdónenme el auditorio si ofende mi claridad. Si uno la escucha atentamente, sabe que cuando pide perdón por su claridad, está pidiendo perdón al mismo tiempo por decir algo privado sabiendo que es político. Gritar no sólo por gritar es porque quiere hacer de su sufrimiento algo que valga más la pena que sufrir sola. Y puta que la dejaron sola. A uno que llegó tarde a escucharla, le encantaría poder pensar que lo que ella cantó y sufrió y lo que uno escucha hoy, pudiera ser superado por una realidad un poquito mejor. Y no, lo que canta Violeta no sólo es actual por lo que dijo sino que es actual porque lo que dijo sigue siendo más actual que mucho de lo que se dice hoy. Lo que canta Parra y que Wood quiso poner como algo nostálgico, no tiene nada de nostalgia. Uno escucha esta letra y dan ganas de que no existiera la película. “Les voy hablar en seguida de un caso muy alarmante, Atención el auditorio, que va a tragarse el purgante, Ahora que celebramos el dieciocho más galante, La bandeira es un calmante. Yo paso el mes de septiembre con el corazón crecido, De pena y de sentimiento, de ver mi pueblo afligido El pueblo amando la patria y tan mal correspondido, El emblema por testigo”. Si uno se pone a escuchar en serio a Violeta Parra no debería tratar de decir nada de ella, pero entre tanta pelotudez reinante, algo habrá que decir. Y para los giles que creen que estoy trolleando a esos lugares comunes estilo Wood, déjenme decirles que no se trata de eso. Se trata de asumir de nuevo de que llegué a Violeta Parra post película de Wood, y creo que después de eso, Violeta sólo te llama al silencio. Y si vas a hablar de ella, no te sirve esa escena de que no encajas en el club de la Unión. Mínimo necesitas arriesgarte Wood CTM. Esa escena de la pobre puteando a su jefe que la trata mal es tan DC que no me da para decir mucho más.. Dan ganas de traer a Violeta, estilo Macluhan en annie hall http://www.youtube.com/watch?v=OpIYz8tfGjY para preguntarle qué opina de las cosas que se dicen en su nombre. Yo opino que si te vas a hacer cargo de hablar de ella, deberías haberte ido por este lado un rato: Pónganme póngame siete botellas, tam’ién siete damajuanas. Pónganme siete cantoras, porque yo me voy mañana. Asumo tu respeto, pero no te sirve filmar bien lo que la guitarrra de esta hueona siempre quiso decir desafinadamente lo afinado. Te bastan 3 estrofas para saber que los ángeles, las iglesias y los ministros te obligan a que si vas a hablar de ella, tienes más que saber qué decir, saber cuándo callarte. Los silencios de Violeta en Wood no existen. Si vas a hacer una película de Violeta Parra, mínimo tienes que mamarte el tiempo de las décimas. Una vez dijeron de Mizoguchi que la muerte sólo se puede filmar de reojo. Bueno Wood, dudaste tanto que al final no dijiste nada. O sea sí, filmaste a la Parra de Wikipedia. La parra de las canciones, es otra. Dejemos a Wood ahora y pasemos al nombre del aeropuerto de Brasil. Se llama Antonio Carlos Jobim. El de Chile tiene nombre de mílico y acá voy a lo siguiente. Uno escucha a Violeta Parra y sabe que Chile está palpico. Y que cada vez que uno escucha un canto de hinchada con acento argentino en vez de andar rimando una letra de violeta, es que andamos mal. Y no se trata de nacionalidades pelotudas. Se trata de que estas cosas deberían sonarte más que una nostalgia estúpida de venga boys. Ahora que llevo mil escuchadas de Violeta Parra creo que la más chilena de todas, es al mismo tiempo la más universal de todas. Violeta amaba su tierra y la amaba tanto que dudaba al hablar de ella. La quería tanto que nunca quiso hacer de ella una esencia. Para hablar de Chile habla de todo. Para hablar de ella habla de cada uno de los milímetros que la exceden. En el fondo Violeta, era una obsesiva en mala, pero una obsesiva que Wood trató más bien de hacer una histérica. Pero volvamos a la Violeta de los detalles: Una vez que me asediaste 2 juramentos me hiciste 3 lagrimones vertiste 4 gemidos sacaste 5 minutos dudaste 6 más porque no te vi 7 pedazos de mí 8 razones me aquejan 9 mentiras me alejan 10 que en tu boca sentí 11 cadenas me amarran 12 quieren desprenderme 13 podrán detenerme 14 que me desgarran 15 perversos que embarran Mis 16 esperanzas Y 17 mudanzas 18 penas me dan 19 madurarán 20 más que ella me alcanza. 21 son los dolores Por 22 pensamientos Me dan 23 tormentos Por 24 temores 25 picaflores Me dicen 26 veces Que 27 me ofrecen 28 de esos estambres Son 29 calambres Los 30 que me adolecen. 31 días te amé 32 horas soñaba 33 minutos daba Ó 34 tal vez, 35 yo escuché 36 junto a tu pecho 37 fue a mi lecho 38 de pasión 39 al corazón 40 amargo despecho. Violeta es tan insoportablemente chilena como si la oreja de BLUE VELVET se hiciera un mapa. Esa oreja que hasta que no te acercaste era inofensiva. Ella mira las cosas tan de cerca y odia tanto las esencias de los plurales, que termina siendo al fin y al cabo, antichilena. Y no un anti porque andemos criticando lo chileno, sino porque nunca se conformó con que la catalogaran. Por eso la película de Wood es la Violeta de Wikipedia. No porque hubiera un lugar mejor o más letrado para entenderla, sino porque justamente, no leer a la Violeta de sus entre letras, es no querer escucharla. Si vas a hablar de ella y me incluyo, no hay que olvidarse de esto: ¿qué te trae por aquí? eso habrís de contestal. Si me pensái engañal, yo habré de engañarte a ti. Y es por eso que Violeta aún muerta, seguirá engañándonos siempre a todos.

Monday, May 14, 2012

Cartas de amor Pessoa

Todas las cartas de amor son ridículas. No serían cartas de amor si no fueran ridículas. En mis tiempos también escribí cartas de amor, como las demás, ridículas. Cuando hay amor, las cartas de amor tienen que ser ridículas. Y es que, en fin, sólo las criaturas que no han escrito jamás cartas de amor son las que son ridículas. La verdad es que hoy mis recuerdos de aquellas cartas de amor son los que son ridículos (todas las palabras esdrújulas, como los sentimientos esdrújulos, son naturalmente ridículas.) Fernando Pessoa